
Diálogo con Stephen Hawking sobre la creación
Lección magistral de apertura de curso del Instituto Superior de Ciencias Religiosas «San Agustín». «Diálogo con Stephen Hawking sobre la creación». Ponente: Dr. D. Manuel Carreira, astrofísico. Valencia. 22 de noviembre de 2010.
Desde la Universidad Católica de Valencia en la Cátedra Fides et Ratio
por el Padre Manuel Carreira, S.J.
Voy a tomar como inicio una idea que me vino a la cabeza escuchando el hermoso momento de música con que nos han obsequiado al comenzar la sesión. Una frase de Albert Einstein, a quien preguntaron en una ocasión: – “¿Cree usted que finalmente podrá explicarse todo en términos científicos?”- y él dijo: – “Tal vez, pero no tendría sentido. Sería como si, en lugar de escuchar una sonata, me presentasen un gráfico de las variaciones de presión atmosférica mientras están tocando los instrumentos. Eso no es la música.” Pues bien, algo así podemos decir ahora cuando alguien quiere reducir todo a física, quiere reducir todo a la ciencia de la materia.
Y para poner las cosas ya en un contexto en el que podamos hablar con propiedad, quiero comenzar definiendo qué es lo que hoy llamamos ciencia cuando la distinguimos de las humanidades. Ciencia es el estudio del comportamiento de la materia, y es un estudio que tiene que llevar consigo la posibilidad de comprobación experimental: pueden faltar los recursos para hacerlo, pero tiene que ser posible, en principio, dar una comprobación experimental de lo que se afirma como ciencia: Y toda comprobación experimental debe dar lugar a medidas, que tienen un margen de error, pero que se utilizan luego para poder establecer cuáles son las propiedades de la materia en su actuación según podemos observarla, de una forma que tiene que ser de valor objetivo y universal. En ciencia no se admite ningún tipo de relativismo: no hay una física distinta para un chino, para un alemán, para un español. Einstein, una vez más, lo dice también de una manera muy directa: “Toda ciencia comienza con una doble fe, una presuposición que no es directamente comprobable por un experimento. La primera: el universo existe objetivamente, me guste o no me guste”. Mi papel es estudiar lo que hay, no inventármelo. Y segunda presuposición: el universo “es inteligible, porque no es absurdo.” Quiere esto decir que, ante una pregunta que se hace de una manera claramente definida y limitada, no vale lo mismo responder sí que no. Es el Principio de No-contradicción, condición necesaria de todo pensar racional.
A esto debemos añadir un modo de proceder de aplicación universal. Además de aceptar la realidad como es, acepto que el obrar es consecuencia del ser: las cosas hacen lo que hacen porque son lo que son, no por ningún tipo de condicionamiento psicológico de nadie. Cuando yo pongo en el laboratorio unos átomos concretos en una situación de un nivel determinado de energía, el que reaccionen o no, es independiente de mi actitud mental: las cosas hacen lo que hacen porque son lo que son. Y precisamente por eso, observando lo que hacen, pueden darse afirmaciones de valor universal que llamamos leyes de la naturaleza. Las leyes de la naturaleza no son impuestas por nadie, no dependen de ninguna votación, no son cambiables: son constataciones de que la naturaleza, en estas circunstancias, actúa así. Y aunque todas mis medidas tienen un margen de error, dentro de ese margen de error se cumplen estas leyes de la naturaleza.
Finalmente, la ciencia es ciencia en el sentido más profundo porque busca razones explicativas que tienen una conexión lógica con aquello que se quiere explicar. Se ha dicho también, de una manera que es un poco un juego de palabras – sobre todo en inglés –que toda ciencia nace de responder a cuestiones, y avanza cuestionando respuestas. Avanza respondiendo a cuestiones, a preguntas, que ya hace un niño. Hace cuatro días tuve una conferencia, por primera vez, ante un auditorio muy especial: niños de cinco años. Y querían que les hablase de los planetas, y al final de la conferencia ellos, estos chiquitos de cinco años, me preguntaban: “¿Cómo se hace un planeta grande como Júpiter? ¿Cómo se hace una estrella como el sol?” Las preguntas las llevamos todos dentro, y la racionalidad humana se manifiesta claramente en esa necesidad de saber de los niños. Porque la racionalidad humana busca Verdad, Belleza y Bien: Busca verdad, que es conocer la realidad como, de hecho, es; Busca belleza, busca armonía, orden, inteligibilidad; Y busca Bien, porque todo eso hace crecer a la persona como ser inteligente, como ser que se desarrolla en relaciones con los demás compartiendo conocimientos.
Pues bien, teniendo esto en cuenta, entonces uno puede decir que la ciencia, en este sentido estricto que he definido, el estudio de la actividad de la materia, no puede hablar de nada de lo que llamamos las humanidades: no puede decir nada de arte, sea música, o literatura, o pintura. Tampoco puede decir nada de finalidad ni de los porqués básicos. La ciencia habla del cómo y de los porqués inmediatos, pero no habla de los más básicos. Uno de los grandes físicos del siglo XX, al que tuve el honor de conocer, John Archibald Wheeler – en la revista TIME, hace años, le llamaban el “físico de los físicos“– dijo y escribió: “¿Cuál es la pregunta más profunda e importante de todas?: ¿Por qué hay algo en lugar de nada?”. Y la segunda pregunta según él: “¿Qué relación hay entre la existencia humana y las propiedades del universo ya en su primer momento?” Y añadía: “Si no podemos contestar a estar preguntas, tendremos que confesar que realmente no comprendemos nada.”
Esto nos abre un panorama enorme: uno debe buscar conocer todo lo que es digno de conocerse, pero cada cosa con su metodología propia y en el ambiente adecuado. La ciencia me hablará de cómo actúa la materia. ¿Y cómo se define materia en ciencia? Se define con una definición operativa: como científico yo no conozco las esencias de las cosas, sólo conozco su comportamiento, y defino a la materia por su capacidad de actuar por cuatro fuerzas que son las únicas que la física moderna acepta: Dos de largo alcance – la gravitación y la fuerza electromagnética- y dos de alcance muy limitado en el núcleo del átomo, en las partículas, que son la nuclear fuerte y la nuclear débil. Eso es lo único que la ciencia puede ofrecer como respuesta a la pregunta de “¿por qué ocurre esto?”. Una de estas fuerzas tiene que ser la respuesta, y por tanto, ya nos damos inmediatamente cuenta, de que si yo quiero explicar toda la realidad, incluyendo la realidad humana, me voy a ver en una dificultad enorme si sólo tengo estas cuatro fuerzas para la respuesta. ¿Alguna de ellas puede dar razón de que una poesía sea hermosa? ¿Alguna de ellas puede dar razón de que yo tenga libertad para hacer una cosa o no hacerla? No. ¿Alguna de ellas puede dar razón de que exista algo cuando comienzo con nada? Tampoco. La ley más básica de la física es la ley de conservación, que me dice que en ningún proceso físico se crea ni se aniquila nada.
Yo tuve el privilegio de hacer mi tesis doctoral con uno de los dos descubridores del neutrino, trabajo premiado con el premio Nobel en 1995. Pues bien, ¿por qué se buscaba el neutrino? Porque en una desintegración nuclear no casaban los números: Había toda la carga que debía haber, había toda la masa que debía haber, según la capacidad de medir los resultados en aquel momento, pero faltaba energía. Y entonces había que escoger una de dos soluciones: o no se cumple la ley de conservación, o hay algo que tiene masa muy próxima a cero – porque no la podemos ni calcular -, que no tiene carga eléctrica, y que debe existir pero será muy difícil encontrarlo, porque si no tiene ni masa ni carga eléctrica no reaccionará prácticamente con nada. Y estos dos físicos se fueron a donde había un reactor nuclear, en el oeste de Estados Unidos, y -según la teoría- en aquel reactor nuclear tenían que producirse miles de millones de neutrinos cada segundo. Hicieron una barrera con bloques de cemento, ladrillos de plomo, planchas de acero de los desguaces de un acorazado…y cuando ya había una barrera que ninguna partícula conocida podía atravesar, en el otro lado pusieron un detector que, teóricamente, podría dar un pequeño destello de luz si un neutrino impactaba directamente un átomo de cloro en un líquido que lo contenía. Así se descubrió el neutrino: no se aceptaba de ninguna manera la otra solución, es decir, el renunciar a la ley de conservación de masa y energía. Esta es la forma en que funciona la física: busca razones y busca incluso partículas desconocidas cuando no bastan las conocidas para explicar lo que se observa.
Si este es el modo de proceder de la física, -y la física, en este sentido que he dicho de estudio de la actividad de la materia abarca también la química, la astronomía, la biología, la geología, todo lo que es actividad de la materia- todo lo demás debe estudiarse con una metodología distinta. Será, en parte, filosofía. Yo he dado durante 33 años clase de “Metafísica de la Materia”. ¿Por qué llamaba así a mi asignatura? Porque, basándome en los datos de la física, tenía todavía que enfrentarme con las preguntas más difíciles y más profundas: ¿Qué hay en la realidad que justifique mi percepción de diversidad de lugar? ¿Qué hay en la realidad que justifique mi percepción de paso del tiempo? ¿Cómo actúa la materia a través de una distancia? ¿Cómo actúa un protón sobre otro protón para repelerlo? ¿Y sobre un electrón para atraerlo? ¿Cómo puede hablarse de origen del universo? Todas estas preguntas todavía son sólo de un estudio filosófico -no estoy incluyendo ahí nada de mi fe- pero son preguntas dignas de hacerse y que se han hecho por científicos.
Cuando llegamos a hablar de la vida, tenemos que preguntar también: ¿Cómo puede darse un ser viviente si comienzo con materia que no tiene vida? Y cómo luego resuelvo el tremendo problema del paso de vida no inteligente a vida inteligente. Como vemos, no puede uno limitarse a una única metodología, a un único modo de buscar la verdad con respecto a todo lo que nos rodea. Yo siempre he hablado de que todas las maneras de conocer son complementarias porque todo conocimiento mío es parcial, pero el que sea parcial no quiere decir que no sea verdadero. Solamente será falso si lo tomo como total, y esto vale tanto si hablo de los que quieren reducirlo todo a física – y entonces dirán que Dios no existe porque ningún experimento me lo demuestra – o de los que quieren reducirlo todo a teología y buscan indicaciones de cómo evolucionó el universo leyendo el libro del Génesis. No está para eso el Génesis. De modo que tenemos que tener muy claramente delimitado el ámbito y la metodología de cada modo de conocer, pero luego todos se complementan.
Volviendo al doctor Wheeler, al cual me refería hace un momento, tengo un artículo escrito por él hace más de treinta años – el murió hace unos cuatro años – en que pregunta: “¿Cuál es la propiedad más básica de la materia como la conoce la ciencia?” Contesta: “La propiedad más universal y más básica es que es cambiante, que es mutable.” Precisamente todo lo que llamamos física es el estudio de los cambios de la materia. Continúa con un raciocinio filosófico que podía haber firmado Santo Tomás: “Todo aquello que cambia, en el hecho mismo de que cambia, está demostrando que puede existir de diversas maneras, pues todo cambio implica un modo de ser anterior y un modo de ser posterior. Puede existir de diversas maneras, no está determinado por su esencia a ser solo de una manera.” Dice a continuación: “Todo aquello que puede existir de diversas maneras, puede ser ajustado extrínsecamente para que exista de una manera o de otra. Y todo aquello que puede ser ajustado para que exista de una manera o de otra, tiene que ser ajustado para que exista de una forma concreta y no de otra.”
A veces yo, con un ejemplo que me van a permitir que sea un poco pueril, hago pensar a mis oyentes con un cuento como de hadas. Está el hada buena ante un niño que se ha portado bien y le dice: – Pedrito, ¿qué quieres que te dé cómo premio por haberte portado bien? Y Pedrito dice: Una bici. Muy bien, dice el hada, ¿Y de qué color la quieres? Porque si no me dices de qué color la quieres, ¿cómo te la voy a dar? – Azul- responde Pedrito. – Bien, será azul, responde el hada, y sigue: – Y ¿de qué diámetro van a ser las ruedas?- Pues así… (el niño indica con las manos el tamaño)- No, tienes que decirme los milímetros, y luego tienes que decirme también cuántos dientes va a haber en cada piñón del cambio de marchas, y cuántos radios le ponemos a las ruedas, y qué rosca llevan los radios … y así sucesivamente. Lo que no se especifica no puede comenzar a existir de una manera concreta porque sí.
Esto mismo es lo que está subrayando Wheeler cuando dice que “todo aquello que cambia tiene que ser ajustado para que exista de un modo concreto y no de otro que era posible. Entonces, ante el universo material, él pregunta: “¿Quién hace el ajuste?”. Curiosamente luego, él mismo pierde el norte de la lógica y dice algo que yo, honradamente, no acabo de entender cómo pudo ponerse en letras de molde. Dice: “Tiene que ser un agente inteligente el que hace el ajuste… Lo hacemos nosotros. Nosotros ahora, observando el universo, le obligamos a haber sido en su primer momento tal que permita nuestra existencia para que pueda existir el universo cuando nosotros lo observamos”. Un círculo vicioso como jamás yo he visto propuesto en serio: Yo obligo al universo a que haya sido adecuado para que exista yo, para que pueda existir el universo, para que pueda existir yo…
Realmente da pena que eso se presente como una respuesta científica por alguien que es de enorme prestigio. Aun así, retengamos la frase más significativa, que es la primera: “Todo aquello que cambia tiene que ser ajustado para que tenga una serie de propiedades y no otras”. Y como ser cambiante es la propiedad más universal de la materia, entonces o se cae en una cadena infinita de “ajustadores ajustados”, o hay que decir que una realidad no material, no cambiante, y en términos filosóficos no contingente sino necesaria, tiene que ser la que finalmente da la razón de que exista todo lo demás que es cambiante.
Así tenemos un argumento perfectamente filosófico, pero basado en las propiedades que la física atribuye a la materia: la capacidad de ser de diversas maneras porque es cambiante mediante las cuatro fuerzas ya citadas. No es necesario acudir a ningún juego de palabras para decir por qué el universo es como es: tuvo que ser ajustado para ser así, y como todo agente inteligente actúa por un fin, hay que inferir el fin del universo de la misma manera que lo inferimos cuando observamos un objeto de producción humana.
¿Cómo puedo yo inferir qué fin tiene un automóvil? Será pensando si tendría sentido, o no, si le cambio alguna de sus propiedades: ¿Tendría sentido el automóvil si en lugar de ruedas tuviese triángulos? No. ¿Tendría sentido si no tuviese algo con el que dirigirlo? No. ¿Tendría sentido si estuviese hecho de un material muy frágil? No. Por las propiedades que tiene, infiero que está hecho para llevar algo, bajo control humano, incluso personas o cosas, sobre una superficie más bien lisa y dura. No está hecho para meterse en el mar, no está hecho para volar, no está hecho para plantar patatas. De modo que infiero una finalidad por el estudio de las propiedades de aquello que observo.
Cuando un arqueólogo encuentra una masa rara de metal en una tumba antigua, no le basta que un físico le diga: “Pesa tantos gramos, mide tanto, tiene tal dureza, tal color”, ni le basta que le diga un químico “Pues mire, esto es 90% cobre, con un 7% de arsénico y un poquito de estaño”, no. Lo que querrá el arqueólogo es saber: “¿Para qué sería? ¿Por qué se hizo ese metal? ¿Por qué se hizo esa pieza de forma extraña?“ Y si no entendemos la finalidad, podemos decir que no entendemos al objeto. Pues ahora, ante el universo, se han preguntado los físicos “¿Para qué existe el universo?”. Estudian sus propiedades y ven que el universo conocido tiene tanta masa: la cifra que se menciona en toneladas es un uno seguido de cincuenta y seis ceros. Preguntan: ¿qué ocurriría si en lugar de lo que es, fuesen cincuenta y siete ceros? Calculan los efectos, y la respuesta es que no habría vida. ¿Y si fuesen cincuenta y cinco ceros? No habría vida.
Luego se calcula la intensidad de la fuerza electromagnética entre dos electrones, que se repelen, comparada con la atracción que tienen por tener masa, y resulta que la repulsión es aproximadamente un uno seguido de cuarenta ceros más fuerte que la atracción. Y se preguntan: ¿Y qué ocurriría si fuesen cuarenta y un ceros? No habría vida. ¿Y con treinta y nueve ceros? Tampoco. Hay en el núcleo de un átomo dos protones: Se atraen porque tienen masa, se repelen porque tienen la misma carga eléctrica, pero se atraen luego de nuevo porque les afecta la “fuerza nuclear fuerte”. ¿Cuánto más intensa es ésta que la repulsión? Ciento treinta y siete veces. ¿Qué sucedería si cambiase ese número? ¿Qué ocurriría si pongo ciento treinta y cinco? No habría vida. ¿Y con ciento cuarenta? No habría vida. Así, una vez tras otra, los cálculos hechos por físicos, dicen que el universo tiene un conjunto de propiedades finamente ajustadas sin las cuales no podría haber vida, por lo menos desarrollada hasta el nivel de vida inteligente. Wheeler termina diciendo: “¿Por qué es el Universo como es? Porque existimos nosotros”. De otra manera no existiríamos.
Todo esto para que vean en un contexto amplio cómo diversas maneras de conocer la realidad, aun en el nivel físico, llevan una vez tras otra a preguntas que van más allá de la física, a la metafísica, incluso preguntas propuestas por científicos muy serios. Existe un libro muy grueso que se titula “El Principio Antrópico Cosmológico”, de dos físicos de mucho prestigio, Barrow y Tipler, y este libro trata precisamente de todas estas propiedades de la materia sin las cuales nuestra existencia no hubiese sido posible.
Con este trasfondo, y me fijaré ahora en Stephen Hawking, el autor del que nos ocupamos esta noche y que con su libro “The Great Design” da lugar a titulares sensacionalistas aun antes de publicarse en español. Yo tengo el libro en inglés, y lo he leído: No hablo de los comentarios periodísticos. Y para ponerlo en un contexto más completo, voy a mencionar dos libros anteriores de Hawking, y lo que él presentaba en ellos y las reacciones que han suscitado.
El primer libro, hace un poco más de veinte años – en español apareció en el año 1988- fue “La Breve Historia del Tiempo”. Ese libro, que se vendió a miles y miles -creo que sólo en España se editaron 250.000 copias- hizo famoso a Hawking, instantáneamente. El libro utilizaba un truco matemático, que es poner en las ecuaciones de la relatividad de Einstein, en lugar de la variable tiempo, un tiempo imaginario, multiplicado por la raíz cuadrada de menos uno. Cuando se usa un número imaginario -en un cálculo matemático puede usarse-, al final del cálculo tiene que desaparecer el número imaginario para dar una respuesta que pueda comprobarse con una medida experimental. Él, en cambio, se queda con el número imaginario y dice: “Con estas ecuaciones, en que pongo el tiempo imaginario, no aparece un origen del universo, por lo tanto, no hace falta hablar de un origen del universo.” Naturalmente la respuesta lógica de todo científico es: Importa poco lo que usted haga con un tiempo imaginario, yo quiero saber lo que ocurre en un tiempo real. No se preocupó de contestar a esa objeción. Sin embargo, tuvo un momento de sinceridad científica cuando dijo que sus ecuaciones hablan de un universo posible, pero no dicen por qué, de hecho, hay un universo que cumpla las ecuaciones. Y así es: no trata el tema.
Ese libro, que muy poca gente leyó, porque una vez pasados unos cuantos capítulos de historia más o menos popular del desarrollo científico se mete en cosas bastante abstrusas de matemáticas, ya le hizo famoso. Unos años más tarde publicó otro, con el título “Agujeros Negros y Universos-bebés”. En él proponía que, espontáneamente, del vacío físico que es parte del mundo material y que contiene energía, se producen universos que a su vez pueden dar brotes de otros universos y así sucesivamente. De modo que aceptaba la generación espontánea de universos en una cadena sin fin a partir del vacío físico, aunque también en un momento de sinceridad, clasificó esa idea como se merece diciendo: “Tal vez habría que decir que no hay que tomar eso más en serio que discutir cuántos ángeles cabían en la cabeza de un alfiler, según se cuenta de la Edad Media”. Tiene toda la razón. Esa es la misma validez científica de sus universos-bebés. Cuando le preguntaron entonces por qué había escrito ese libro, dijo, con un cierto humor, que le hacía falta el dinero
Ahora ha sacado un tercer libro: tal vez le hace falta el dinero de nuevo. Y en este libro hay dos capítulos, el primero y el último, donde propone algo, que podríamos considerar original, de orden científico o filosófico. El resto del libro es una alta divulgación de cómo la física se ha desarrollado en el siglo XX, de cómo se desarrolló la teoría de la mecánica cuántica, de cómo tenemos que aceptar que las últimas partículas no son unos perdigoncitos duros sino que se comportan en unos experimentos como ondas y en otras como proyectiles. Una descripción que está bien hecha, aunque me parece a mí, que da demasiada importancia y demasiado valor a algunas cosas de la Mecánica Cuántica que, por lo menos, son discutibles. Por ejemplo, afirma que la Mecánica Cuántica no puede admitir que haya una razón fija del proceder de la materia. Se habrán desintegrado probabilísticamente los átomos en una muestra, pero el que se desintegren los átomos tiene una razón física; el que se desintegre éste al que estoy mirando antes o después del que está al lado, yo no puedo decir a qué se debe, pero que se desintegran por una razón es obvio. Y por la física puedo calcular si un elemento ha de ser estable o no, precisamente calculando qué cantidad de protones y neutrones hay en el núcleo y el total de sus fuerzas mutuas. Pero él dice que no, que según la Mecánica Cuántica las cosas ocurren sin razón para ello, sólo como el resultado de un cálculo probabilístico. Yo no acepto esa interpretación de la Mecánica Cuántica, y Einstein tampoco la quiso aceptar jamás. Él decía que era una especie de nana que adormecía a los creyentes pero que no podía tomarse en serio como descripción de la realidad, como una descripción total, causal, de lo que ocurre.
Una vez que termina esta exposición durante la mayor parte del texto, debo mencionar que en el primer capítulo Hawking insiste en decir que solamente existe la materia con un comportamiento fijo. Esto parece contradictorio con lo anterior de la Mecánica Cuántica, pero como la materia según él tiene un comportamiento totalmente fijo, entonces no puede haber libertad humana, no puede haber comportamiento libre del ser humano. Yo no sé de nadie que en la vida práctica viva según esa norma. Si yo le debo a usted 1000€ pero digo que estoy programado para no devolvérselos, seguro que cree en la libertad humana y me exige que se los devuelva.
Eso es su primer punto original en este libro, en el primer capítulo: no hay libertad humana. Por no haber posibilidad de nada que contradiga a las leyes físicas, o que ocurra aparte de ellas, Hawking tampoco admite que pueda haber actividad alguna sobrenatural sobre el universo, ni que pueda haber milagros. Así, simplemente, lo descarta como imposible y no acepta ninguna evidencia histórica ni da otro argumento de ninguna otra forma para sostener ese punto de vista, a priori.
Luego, en el último capítulo, vuelve a su forma de hablar original muy brevemente, prácticamente sólo en dos párrafos. Dice que toda la energía que hay en el Universo es, o bien energía en forma de masa, o energía de campos gravitatorios. Lo de la energía en forma de masa supongo que lo aplica también a la energía cinética y eléctrica, porque tienen una masa equivalente; pasemos por alto ese punto, que no es importante. Lo que dice él luego es que la cantidad de energía debida a la masa es positiva, mientras la del campo gravitatorio es negativa, y como las cantidades son iguales, el total es cero y eso es la nada. A continuación extrae la consecuencia asombrosa: Por tanto, a partir de la nada, por gravitación, puede aparecer espontáneamente un universo.
Esta última afirmación es sorprendente. Primero: ¿qué produce gravitación? En general, sólo la masa, en cualquier forma que aparezca, es la fuente de lo que llamamos el campo gravitatorio. Por lo tanto, en la nada o hay masa y ya no es la NADA, o no hay campo gravitatorio. No desarrolla este obvio absurdo de que la nada tenga campo gravitatorio por su cuenta, ni que además eso vaya a producir un universo. Simplemente lo dice y ya ha hecho todo lo posible por explicar la realidad: la realidad se produce espontáneamente de la nada por medio del campo gravitatorio.
Para complicar más las cosas, a lo largo de los anteriores capítulos, también hablando de las propiedades peculiares del universo, dice -como ridiculizando el Principio Antrópico- que los que creemos que somos muy importantes decimos que el Principio Antrópico demuestra que el universo está hecho para nuestra existencia, pero lo único que es lógico es decir que de la nada no sale sólo un universo, sino un número infinito de universos. Casi todos están mal hechos -en el sentido de que no pueden dar lugar a la vida- pero si hay un número infinito, por lo menos habrá uno que tenga las cualidades adecuadas y ese es el que nosotros habitamos, naturalmente. Como ven, la lógica y el modo de razonar es verdaderamente peculiar.
Me da pena casi decirlo, pero si Hawking no estuviese en una silla de ruedas y haciendo un esfuerzo tremendo aun para poder comunicarse, creo que nadie le haría caso. Él contribuyó a la física hace unos 30 años con un teorema acerca de la evaporación de agujeros negros. Según él, del campo gravitatorio de un agujero negro se puede sintetizar un par de partícula y antipartícula, y si uno de los componentes del par cae hacia el agujero negro, el otro por reacción se escapa, y al escaparse se lleva un poco de la energía, que es como llevarse un poco de la masa. Y de esa manera, dado el tiempo suficiente, el agujero negro se evapora. Se llama a eso la “radiación de Hawking”, y está bien que se le reconozca haber tenido esa idea, que hablaba de lo que sabemos en física que ocurre en las circunstancias adecuadas: de pura energía se pueden formar partículas y antipartículas, y de pares de partículas y antipartículas se puede obtener pura energía.
Eso no era novedad, pero sí lo era aplicarlo a la energía del campo gravitatorio. Se ha calculado que en un tiempo inimaginable (sería en años un uno seguido de cien ceros) tendríamos que todo cuanto hay en el universo se habrá convertido primero en agujeros negros y luego -por radiación de Hawking- en pura energía. El estado final del universo sería un inmenso vacío, oscuro y frío, donde habrá toda la masa del universo convertida en pura energía que con una continua expansión va hacia el cero absoluto sin alcanzarlo nunca. Eso es lo que la física hoy acepta que describe la evolución futura.
Esto es también lo que ha llevado a otro físico eminente, premio Nobel, Steven Weinberg, a decir al final de un libro que tiene de título “Los Tres Primeros Minutos” que, cuanto más conocemos el universo, más absurdo parece. ¿Por qué? Porque, dice él, parece absurdo que haya un universo con tantísimas maravillas para luego simplemente destruirlo todo. Al terminar un congreso sobre este tema del futuro del universo decía un físico que el universo parecía “una broma de mal gusto”. Y es que si uno no ve más allá de la actividad de la materia, realmente el universo no tiene sentido.
Volvemos entonces a preguntar, ¿por qué hay un universo? Respondemos primero desde el punto de vista filosófico y luego desde el teológico: Porque habiendo permitido la existencia de seres inteligentes y libres, la inteligencia y la libertad me exigen admitir una realidad superior a la materia, y esa no tiene que desaparecer ni destruirse aunque se destruyan todas las estructuras materiales que conocernos. Porque en el hombre hay inteligencia y libertad, vuelvo a decir lo que ya dije al principio: si uno quiere explicar eso en términos sólo de la física, tiene que decirme qué fuerza, o qué combinación de fuerzas permite explicar el que yo sea consciente de que conozco, el que tenga interés en conocer y el que tenga la capacidad, por ejemplo, de escribir una poesía o de escribir una ecuación matemática.
En una ocasión no hace mucho tiempo escuché a un profesor de neurología de la Universidad Complutense de Madrid que decía como algo indiscutible que el cerebro produce el pensamiento y todo lo demás por mera actividad eléctrica entre las neuronas. A esto se ha querido dar valor con un ejemplo que puede parece muy significativo hasta que se profundiza un poco más en él. El ejemplo era: Si yo trajese un bosquimano del centro de África, que nunca ha salido de su tribu, y lo pusiese en frente de un televisor, probablemente el buen hombre empezaría a hacerle reverencias pensando que allí hay un espíritu. Los que plantean el ejemplo dicen: – Nosotros nos sonreímos y le decimos: Mire, no hay un espíritu alguno, solo hay corrientes eléctricas.- Pues lo mismo nos ocurre a nosotros al hablar del cerebro y la inteligencia: solo hay corrientes eléctricas. Yo he contestado de una manera sorprendente al que me proponía ese ejemplo, afirmándole que el bosquimano tiene razón, y que se equivoca sólo en un detalle, y analizando el ejemplo nos da una prueba totalmente opuesta a lo que se pretendía dar como explicación.
¿Cómo es eso? Cuando veo la televisión y me aburre el programa, ¿llamaré a la compañía eléctrica para quejarme de la calidad de los electrones? ¿O echaré la culpa a alguien que no tuvo suficiente inteligencia para hacer un programa interesante? No hay alternativa. Sería tan estúpido decir que la inteligencia se explica por corrientes eléctricas en el cerebro como decir que si yo mido con un voltímetro los voltajes en los transistores de un televisor voy a saber de qué trata el programa y si es interesante o no. Es decir, que no vale para nada la comparación del bosquimano.
Lo mismo puedo decir a quienes intentan reducir el cerebro a una especie de súper ordenador. Un ordenador acabado de hacer, en la mejor fábrica del mundo, ¿para qué vale? Para nada, nada más que para mantener abierta una puerta. Hasta que alguien le pone un programa aquello es un ladrillo, y cuando le ponen el programa, el ordenador hará lo que quiso el programador, para los intereses del programador y sin enterarse de lo que está haciendo y si importarle un comino. De modo que hablar de que el hombre es simplemente como un ordenador muy complicado es olvidarse de que el ordenador no sirve para nada por iniciativa propia, ni tiene interés en hacer algo ni conoce lo que está haciendo.
Por eso otro gran físico, que trabajó con Hawking en el teorema de los agujeros negros, Roger Penrose, ha escrito un libro con el título “La Nueva Mente del Emperador” en que se habla de la supuesta inteligencia artificial. Dice que es como el cuento del emperador al que un charlatán convence de que le hará un traje que tiene la propiedad de que sólo lo ven los que son hijos legítimos de sus supuestos padres. El emperador acepta. Un día el sastre le avisa de que ya está listo el traje. Le quita la ropa al emperador y le dice que le está poniendo su traje, y que le queda muy bien. Y el emperador se ve en el espejo y se ve en cueros pero no se atreve a decir que no ve el traje, porque entonces significaría reconocer que no es hijo legítimo de su padre. Y todos los cortesanos lo mismo, todos comentan lo bien que le sienta el traje al emperador.
Así sucesivamente, hasta que hay un desfile y un chiquillo dice: – Papá, ¿por qué está desnudo el emperador?- y entonces todo el mundo rompe a reír y se acabó toda la farsa. Dice Penrose que eso es lo que ocurre con la inteligencia artificial: ni la hay ni la habrá jamás, así lo dice explícitamente. El hablar de la inteligencia artificial es como hablar de la nueva mente del emperador: No es que haya poca inteligencia en los ordenadores, es que hay cero y no tienen iniciativa alguna para conocer nada ni deseo de conocer.
Por lo tanto, reducir la realidad humana a las cuatro fuerzas de la materia es una afirmación totalmente anticientífica y opuesta a nuestra propia experiencia. Las cuatro fuerzas de la materia solo explican cambios en los estados materiales de un conjunto inicial para dar otro estado material con un conjunto distinto en el segundo momento, pero nunca aparece en ningún fenómeno de física -ni de química ni de astronomía- algo que no sea una transformación de la materia. Jamás aparece algo que la supere, como un pensamiento, como el deseo de conocer, la consciencia, la actividad libre. Y si el obrar es consecuencia del ser, lo que es propio del ser humano como ser inteligente y libre tiene que ser una realidad distinta de la materia. Eso es lo que la filosofía y la teología nos dicen. Ahí está precisamente dicho lo que presenta el Génesis en el primer capítulo y también en el segundo.
A este respecto, hace ya unos veinticinco años, el papa Juan Pablo II en una carta al director del Observatorio Vaticano escribía: “Si la cultura primitiva de cuando se escribió el Génesis pudo utilizar sus conocimientos científicos tan limitados para darnos un mensaje de importancia filosófica y teológica, ¿podría la ciencia moderna también utilizarse para refrendar ese mensaje?” Mi respuesta es que ciertamente sí. Hace tres días hablé de en la diócesis de Alcalá de Henares sobre “El Génesis en Términos de la Ciencia Moderna”, y puntualicé: ¿Qué me dice el Génesis?
El segundo capítulo -que muchos olvidan y sólo leen el primero- como descripción científica es completamente incompatible con el primero. Dios comienza formando a Adán de barro. No hay agua, no ha llovido nunca, no hay animales, no hay plantas. Luego dice: “No está bien que el hombre esté solo”, y entonces Dios hace a todos los animales, y los hace pasar frente a Adán y dice que ninguno de ellos era parecido a Adán, no era semejante a él para ser compañero adecuado. Y entonces Dios forma a la mujer y a continuación luego hará las plantas. Pero dice que ningún animal era semejante al hombre, ni siquiera los monos. Y sin embargo en el primer capítulo se nos dice que, después de haber hecho todos los animales, Dios, que no es materia, que es totalmente distinto del universo que crea, crea al hombre a su imagen y semejanza. Y lo repite además: el autor bíblico, como manifestando asombro ante la importancia de lo que ha dicho, insiste: “A imagen y semejanza de Él Ios hizo, hombre y mujer los hizo, y les dio dominio sobre todas las aves del cielo, los peces del mar y los animales de la tierra”.
De modo que el hombre es imagen y semejanza de un ser no material, porque es inteligente y libre, porque es persona, y esos dos atributos, inteligencia y libertad, son los atributos que definen a la persona. Ningún animal tiene esa semejanza con el hombre, pero el hombre la tiene con Dios mismo, con su Creador. Este es el mensaje que puede decirse que incluso la ciencia subraya cuando marca el paso imposible de explicar, en términos meramente científicos, de no vida a vida y luego de vida no inteligente a vida inteligente. Parece que a Hawking esto no le ha impresionado y realmente a mí me da pena tener que decir de alguien -que es admirable por su tesón- que en este libro pierde prestigio y se encuentra en una situación muy difícil de justificar desde el punto de vista científico y totalmente absurda desde el punto de vista filosófico y teológico.
Muchas gracias por su atención.
[Transcripción realizada por Paula Mª Núñez – paunusan@gmail.com]
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