Reflexión martes 18 de abril
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?».
Le contestó Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
En el Evangelio hoy Jesús nos invita a nacer de nuevo. A nacer del Espíritu, porque lo que ha nacido de la carne es carne; lo que ha nacido del Espíritu es espíritu (cf. Jn 3,6).
¿Qué nos quiere decir el Señor? Jesucristo no ha muerto y resucitado para poner un parche en tu vida, para ponerte una capa de maquillaje pero que por dentro sigas en el vacío y la muerte…
No, El Señor quiere regalarte una vida nueva. El Señor nos habla de un nacimiento sobrenatural, cuyo principio es la Palabra y el Espíritu Santo, y se realiza por la fe y el bautismo. Palabra y Espíritu son inseparables: el Espíritu da eficacia a la Palabra.
Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y vivir una vida nueva (cf. Catecismo, 537).
Ser cristiano no es más que dejar crecer la gracia y los dones recibidos en el bautismo.
El hombre, recreado por la palabra y por el Espíritu es ya una criatura nueva, cuyo comportamiento moral queda radicalmente transformado: ya no sigue ya sus pasiones sino que tiene los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo Jesús, y vive obedeciendo su Palabra y bajo la guía del Espíritu Santo, en comunión con los hermanos en la fe que Dios le ha dado.
Esta es la vida nueva que contemplamos en la primera lectura y en el salmo: la santidad es el adorno de tu casa.
El cristiano, hecho ya hijo, puede aspirar a la herencia del reino, a la vida eterna. Pero para subir al cielo es necesario haber bajado de él: sólo podrá subir al cielo quien haya recibido en sí mismo este principio venido de arriba: el Espíritu de Dios.
Y este Espíritu te regalará el poder subir al cielo, bajando. En la medida en que te dejes hacer pequeño, Jesucristo resucitado crecerá en ti e irás acogiendo el don de la salvación.