Reflexión del viernes, 23 de abril
EVANGELIO
– «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
– «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
REFLEXIÓN
En la Eucaristía, el pan y el vio, se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Cristo está real y totalmente presente en el altar con alma y cuerpo, con su propia divinidad y humanidad. La expresión comer la carne y beber la sangre es fuerte, y puede suscitar reacciones negativas. Hay quien le horroriza la sangre, quien se desmaya ante la vista de la sangre. Hay algo de atávico en la sangre, los pueblos antiguos creían que en la sangre estaba la sede del alma, porque parecía que la vida se fuera con la efusión de la sangre. Pero la sangre también es símbolo de una unión fuerte, y de hecho se habla de las relaciones familiares como vínculos de sangre.
San Ignacio de Antioquía usa estas expresiones: “comer el pan eucarístico y beber el vino significa entrar en el cuerpo y en el alma de Cristo. Los autores modernos evitan hablar de cuerpo y alma como hechos distintos, separados y, a menudo utilizan la expresión: “ser y hacerse de la misma sangre de Jesús”. Con la santa Comunión, en efecto, nos hacemos parientes de Cristo en la vida eterna, por eso nos dice que Él es el camino, la verdad y la vida. Dios es nuestro verdadero padre, María nuestra verdadera madre, y los hombres, nuestros verdaderos hermanos, porque en todos circula la misma sangre que nos une en vínculo de familia.
El libro de Éxodo en su capítulo 16, vemos que el maná caía de loa alto, era pan bajado del cielo. Los dones eucarísticos, por el contrario, son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Aquí ocurre algo parecido a lo que sucedió en la creación. El cuerpo del hombre se forma con polvo de la tierra (Gn 2,7), pero es Dios mismo quien da el “soplo” de vida. Jesús como Hijo del hombre proviene de la estirpe de David, del género humano, pero como Hijo de Dios ha bajado del cielo. La Eucaristía es el pan que proviene de nuestros campos, pero Cristo que está presente en ella desde el momento que dice en la última cena “haced esto en memoria mía” viene a nosotros del cielo y permanece para siempre con su familia en el Sagrario y en cada Eucaristía.