8 de mayo

Reflexión Domingo 10 de mayo

Lectura del santo evangelio según san Juan (14, 1-12):

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creéis en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy para prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: -Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: – Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto. Felipe le dice: – Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: -Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.

Reflexión:

La liturgia de este V domingo de Pascua nos traslada de nuevo al Cenáculo. Después del lavatorio de pies, Jesús se despide de sus discípulos siendo consciente de la tribulación que van a sufrir. “Herirán al Pastor y se dispersarán las ovejas”, estaba escrito; y esto es lo que estaba a punto de ocurrir. El sufrimiento estaba a punto de entrar en la vida de estos judíos que todavía no habían entendido que la cruz era el camino para vivir y amar en plenitud.

Jesús es nuestra Paz; en Él podemos hacer reposar nuestro corazón, nuestras tribulaciones. Si Él está con nosotros, si Él nos ama, si nos cuida… ¿quién podrá hacernos caer en la angustia? Pues la experiencia nos dice que sí que es posible que a menudo, nosotros mismos, nos apartemos de Él y que los problemas y los sufrimientos de la vida nos paralicen y nos hagan caer en el sinsentido. Es por esto que Jesús, conociendo la debilidad de nuestro corazón, nos manda hoy suplicar el don de la fe y poner nuestra mirada en el Cielo. Siguiéndole como verdaderos discípulos en su Camino hacia el amor hasta el extremo, descubriremos la Verdad de la realidad que nos envuelve y la Verdad del amor de Dios, así como la Vida escondida en este camino.

Supliquemos al Señor en este día el don de la fe para que el miedo no nos paralice y podamos recorrer en Cristo el Camino que nos lleve a la Verdad y la Vida. Porque el mundo espera la manifestación de los hijos de Dios -dice san Pablo-. Los que nos rodean están necesitados de que los cristianos hagamos las obras de Dios; y esto no será obra de nuestra fortaleza o de nuestro empeño, sino obra del Espíritu Santo en nosotros. Acojámosle en este día y ofrezcamos nuestros cuerpos para que Dios siga actuando y salvando a través nuestro.

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