16 jul

Reflexión domingo 16 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
«Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó:
«A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:
“Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador:
si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.
Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Palabra del Señor

Reflexión

Ni el mundo ni tu vida son fruto de la casualidad o de una fatalidad del destino. No. Dios crea el universo por la Palabra (cf. Gn 1 y Jn 1), y Dios hace en ti la obra de la nueva creación, por medio de Jesucristo, la Palabra hecha carne, con el don de su Espíritu.
También tu vida puede ser un caos desordenado, vacío, sin sentido; o puede ser un cosmos ordenado por el Espíritu Santo. Puedes vivir como un vagabundo o como un peregrino.
Puedes “ir tirando” en una soledad poblada de aullidos que haga brotar de tu corazón la queja, la murmuración, el resentimiento y la insatisfacción permanentes; o vivir con la dulce presencia del Espíritu consolador, que con los dones de ciencia, entendimiento y sabiduría te haga saborear el amor de Dios en tu vida de cada día y, así, de tu corazón brote la gratitud, la bendición y la alabanza, ¡incluso en medio de las dificultades!
Porque también en medio de las dificultades está el Señor derramando el Espíritu Santo, que te permite gritar “Abbá”, “Padre”, y vivir en la confianza.
¿De qué depende?
Ha terminado la parábola del sembrador diciendo que lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto…
Escuchar, entender, dar fruto.
En primer lugar, escuchar, que es más que oír. Es invocar al Espíritu Santo, para que te unja la Palabra y la puedas acoger como lo que es, una palabra de amor, de vida y de salvación que Dios, tu Padre, te dirige a ti.
Después, entender. No se trata de un entender “intelectual”, como un erudito. Se trata del don de entendimiento que te da el Espíritu Santo, y te concede no defenderte ante la Palabra, ni rechazarla, ni manipularla, sino desear vivirla en tu vida. Te lleva a la conversión. Y a la alabanza, porque te sientes dichoso de poder recibir esta Palabra, porque muchos profetas y justos desearon oír lo que oís y no lo oye-ron.
Y también dar fruto: será el signo de que has escuchado y acogido. Dar fruto, no como un perfeccionismo narcisista que acaba robándole la gloria a Dios, sino -en medio de la precariedad- proclamando la obra que el Señor va haciendo en tu vida.
También nos ha advertido la Palabra de varios peligros que no dejan crecer la semilla.
Viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Ojo con el demonio, que aprovecha cual-quier circunstancia para robarnos la semilla: el que no te “guste” la Palabra, la persona que te propone la Palabra…
Son inconstantes. Nos hemos de animar unos a otros a caminar y pedirle al Espíritu Santo el don de la perseverancia.
Los afanes de la vida, la seducción de las riquezas… ahogan la palabra y se queda estéril.
Pide el don del Espíritu Santo para que también tú puedas decir, como el Centurión: una Palabra tuya bastará para sanarme.

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