2 jun

Reflexión domingo 2 de junio. Solemnidad del Corpus Christi

Lectura del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26):

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

Palabra del Señor

Reflexión

Hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi. Es la fiesta solemne y pública de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La Palabra que proclamamos en este año nos habla de la Alianza del Señor con su pueblo. Dios nos ama, nos ha creado por amor y para amar y nos llama a vivir una vida nueva. Una vida de amistad y de comunión con Él.
No estamos solos. El que cree nunca está solo. El Señor cumple su Palabra: Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 20).
Jesucristo resucitado está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre (cf. Mt 18, 20), en los pobres… (cf. Mt 25, 31s), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas (SC 7). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero». «Esta presencia se denomina «real», no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente (Cf. Catecismo 1373s).
Y esta presencia se prolonga fuera de la Misa, en el Sagrario. Y nos llama a la Adoración, a proclamar que Jesucristo es el Señor, el Salvador, el Rey de reyes. Nos invita a postrarnos ante el Señor, a recostarnos en su pe-cho, como el discípulo amado (cf. Jn 13, 23): tú eres ese discípulo amado. El Señor te invita a que te acerques a Él, te postres, le adores, le entregues toda tu vida, también tus sufrimientos, tus preocupaciones y pecados… y puedas experimentar el descanso: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré (cf. Mt 11, 28).
La Eucaristía nos recuerda también que no estamos llamados a vivir la fe de una manera solitaria, individualista. No. El Señor nos ha llamado a vivir la fe en su cuerpo, que es la Iglesia.
No podemos “pasar” de la Eucaristía, sin ella no podemos vivir. Sin ella, nuestra fe va languideciendo.
Necesitamos participar en la Eucaristía todos los Domingos. El Domingo es el Día del Señor, día que hemos de consagrar y dedicar al Señor: es el día del descanso, del encuentro con el Señor en su Palabra y en la Eucaristía, de compartir el tiempo con la familia y con los amigos, de vivir la caridad ayudando al prójimo.
La Eucaristía se ha de notar en
la vida de cada día: el que de verdad entra en comunión con el Señor, da testimonio cada día de aquello que celebra. No de que es perfecto, sino de que quiere ser santo, de que quiera vivir cada día la vida en el Espíritu.
Todo esto acontece por el poder del Espíritu Santo, que es el que hace que todos los creyentes lleguen a ser, en Cristo, un sacrificio vivo para la gloria de Dios (cf. Rom 12, 1). La Eucaristía es prenda de la vida eterna, por-que el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi car-ne para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51-52).
Y por eso, la Eucaristía lleva a la caridad, al amor fraterno y lleva a la bendición y a la alabanza. Lo hemos cantado en el Salmo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

pastoral

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