Reflexión domingo 24 de octubre
Del evnagelio según san Marcos 10,46-52
Maestro, haz que pueda ver.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
– «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
– «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo:
– «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole:
– «Ánimo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:
– «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó:
– «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo:
– «Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Reflexión
La liturgia de este domingo nos invita a reconocernos en este ciego del Evangelio. Podemos darnos cuenta de que somos como un ciego porque no logramos ver el amor de Dios en nuestra vida, porque no podemos ver la historia de salvación que Dios está haciendo en medio de todo el sufrimiento o el pecado, o incluso porque somos incapaces de ver la belleza con la que Dios nos ha creado a nosotros y a los demás. Y como en el Evangelio, esta ceguera nos lleva a menudo a dejar de caminar, a quedarnos sentados al borde del camino viendo pasar la vida sin poderla vivir de verdad; y a mendigar algo de afecto, de diversión, de reconocimiento… para poder ir sobreviviendo.
Bartimeo nos enseña cuál es la actitud adecuada para ser curado: ¡Gritar!
Jesús pasa hoy por nuestra vida a través de su Palabra, en la Eucaristía dominical, en tantos acontecimientos… y a menudo no nos enteramos, o nos da igual, o no pensamos que él tenga poder para hacer que mi vida cambie… Pero hoy tenemos una nueva oportunidad para gritarle y suplicarle: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!», sálvame, Señor; que pueda contemplar tu amor en mi vida y pueda seguirte por el camino hacia el Cielo con alegría.
Feliz domingo.