Reflexión domingo 9 de octubre
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor
Reflexión
La Palabra que el Señor nos re-gala hoy nos invita a vivir la alegría de la salvación. Esta es la profunda experiencia del que se ha encontrado con Jesucristo y se deja llevar por su Espíritu. El que se encuentra con Jesucristo: ha vuelto a nacer, tiene una vida nueva:
Así nos lo ha dicho el Aleluya de hoy: Dad gracias a Dios en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros (cf. 1 Ts 5, 18). Y también el Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena de los diez leprosos que salen al encuentro de Jesús buscando la curación de aquella terrible enfermedad.
Los diez son curados, pero, sin embargo sólo uno es capaz de regresar a darle gracias por el don recibido. Al darle gracias se encuentra con un nuevo don: la salvación. Tu fe te ha salvado, le dice Jesús.
También nosotros nos acerca-mos muchas veces a Jesús pidiendo la sanación. Jesús no es un “curandero”, Jesús es el Salvador.
Y nos tiene que recordar que las curaciones no se quedan en sí mismas: son una invitación a descubrir que Jesús es el Señor, el Salvador. Nos ayudan a descubrir que la dolencia más profunda que tiene el hombre es la ausencia de Dios.
Y la Palabra nos dice cómo nos va sanando, es decir, salvando el Señor. Porque, recuerda que la meta de tu vida no es llegar a viejo, sino llegar al cielo.
Dios crea el universo por la Palabra. Y lo mismo ocurre en tu vida: Dios hace en ti la obra de la nueva creación, por medio de Jesucristo, la Palabra hecha carne, con el don de su Espíritu.
Por ahí empieza la verdadera sanación: escuchando al Señor, acogiendo su Palabra, que es siempre una Buena Noticia, una Palabra de amor, de vida y de salvación. El domingo pasado nos lo recordaba la Palabra: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Y esta Palabra, acogida con fe, obedecida, va curando tus dolencias. Y la curará como el Señor quiera. Es lo que le ocurre al general Naamán, el sirio, cuya historia nos cuenta la primera lectura: bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra. Tuvo sus dudas, pero al final creyó y obedeció.
También tú, si crees verás la gloria de Dios.
Y si acoges la salvación, vivirás en la gratitud y en la alabanza. La gratitud es la memoria del corazón. Y por eso, puedes vivir en la alabanza, porque es el eco que pro-duce la presencia del Señor y la ac-ción del Espíritu Santo en tu vida.
Es el fruto de saborear la salvación, la vida nueva que el Señor te ha regalado. Entonces puedes cantar como el Salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
El Espíritu Santo es el que te concede ojos de fe para poder ver al Señor en medio de tu vida, en medio de tus sufrimientos, de tu cruz. El te certifica que Dios te ama, que está contigo, que camina contigo.
¡Ánimo! Pide el don del Espíritu Santo para poder ver al Señor en medio de tu vida, de tu historia y, así, poder vivir en la bendición, en la gratitud, en la alabanza.