Reflexión Jueves 19 de mayo
Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn 15, 9-11)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».
Palabra del Señor
Reflexión
Durante el discurso de la Última Cena, Jesús insiste en la necesidad de vivir el amor teniendo como referencia el amor entre Dios Padre y él.
El amor exige fidelidad, madurez, compromiso de todo el ser; lo cual se manifiesta en las obras, que a su vez alimentan la fidelidad, la permanencia en el amor: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor».
El fruto de todo ello es la alegría: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».
Esta última apreciación merece una leve consideración. La alegría no exige la correspondencia en el amor. Esta es la reacción lógica que espera el que ama: ser amado por el otro. Pero no es imprescindible: el hecho de amar con un sentimiento sincero que impulsa a la acción, a la generosidad, a darse, a entregarse, es ya motivo de alegría, sin exigir la compensación afectiva del otro…, que siempre se agradecerá. Es una manifestación más de que obrar bien, de que actuar conforme a la dignidad humana, es hondo motivo de alegría. Con frecuencia juzgamos necesario la compensación o premio a nuestras buenas obras y nos olvidamos de que la bondad es la razón más fuerte para la alegría.
El evangelio de hoy nos invita a reconsiderar esa palabra tan usada y a veces maltratada que es el amor. ¿Qué es el amor en nosotros? ¿Qué compensaciones exigimos del amor? ¿Cómo se manifiesta en la vida de cada día, en concreto respecto a los demás?