8 sept

Reflexión jueves 8 de septiembre

Lectura del santo evangelio según san Mateo (Mt 1, 18-23)

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Palabra del Señor

Reflexión

  • Hoy celebramos el nacimiento de María, el aniversario de un momento largamente esperado en la historia, porque de ella, como subrayan las lecturas de hoy, habría de nacer nuestro Salvador.

Si el nacimiento de cualquier niño es un momento de alegría extraordinario para los padres que lo aman inmensamente, al considerar el nacimiento de María podemos considerar que aquel día Dios se alegró como nunca.

– Dios Padre se alegró porque nació su hija predilecta, la mujer siempre fiel a la voluntad de Dios, la que siempre le dijo sí.

– Dios Hijo se alegró porque nació su propia madre, La mujer que por nueve meses lo llevaría en su vientre y lo acompañaría desde el pesebre hasta la cruz

– Y Dios Espíritu Santo se alegró porque nació el templo más puro donde Él habitaría con todos sus dones posibles. San Luis María Grignion de Montfort decía: “Dios Padre reunió en un solo lugar las aguas y las llamó mar, reunió en otro todas las gracias, y la llamó María”.

  • Los católicos veneramos a María precisamente por las maravillas que Dios hizo en ella. Un pastor protestante convertido al catolicismo se lo explicaba así a su mujer, todavía no católica: «¿Has ido alguna vez a un museo donde un artista esté exponiendo sus obras? ¿Crees que se ofendería si te entretuvieses mirando la que él considerara su obra maestra? ¿Se resentiría porque te quedas contemplando su obra en lugar de contemplarle a él? ¿Acaso te diría: ¡Oye!, ¡es a mí a quien tienes que mirar!? No. Todo lo contrario. El artista no sólo no se sentiría ofendido, sino que se sentiría honrado por la atención que le estás prestando a su obra. Pues bien, María es la obra maestra de Dios, su obra por excelencia, de principio a fin»[1].

El Papa Benedicto XVI llegó incluso a decir: «nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su morada en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se nos manifiesta en toda su variedad y riqueza en el rostro de los santos, que son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el rostro de María podemos ver mejor que de otras maneras la belleza de Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos percibir realmente la luz divina»[2].

María es como la luz de la luna. Ella brilla porque refleja la luz del sol; su resplandor no quita ni añade nada a la luz del sol, pero ¡qué hermosa es la luna llena!; ¡qué hermosa y atractiva es la Virgen María! Hija, Esposa y Madre de Dios. Invadida de Dios; llena de luz. Por todos los costados reflejo de Dios.

En este inicio de curso, le pedimos que ilumine nuestro corazón, disipe las tinieblas que pueda haber en él y nos ayude a crecer en el amor a Dios y a los hermanos. Así sea.

[1] Cf. Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Madrid, p.161.

[2] Benedicto XVI, Homilía en el día de la Asunción (15-08-2005)

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