En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor

En el mundo de los negocios hay veces en las que pueden surgir situaciones que no resulten como se habían previsto: unas inversiones, un nuevo producto en el mercado… la primera pregunta que se hace en una reunión de consejeros es ¿hay pérdidas? Si no las ha habido, podemos seguir trabajando, en caso contrario habrá que buscar una nueva fuente de financiación.

A Jesús hoy no le importan las pérdidas. Zaqueo era un estafador. Lo que no quiere decir que fuera mala persona, quizás no sabia del todo bien como había acabado así, vendido al establishment del imperio… seguramente cuando pensara en sus padres y en lo poco orgullosos que estarían de él no estaría especialmente feliz… Pero le pasó algo increíble: se encontró con Jesús. Y todo cambió. Sus perdidas se convirtieron en ganancia. Lo que parecía un fracaso se convirtió en un éxito. “Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.