Reflexión martes 21 de noviembre
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
Palabra del Señor
También Jesús, que te ama, te busca y hoy quiere encontrase contigo. Tal vez, como Zaqueo, sientes curiosidad por conocer más a Jesús.
Tal vez tengas miedo de acercarte a Jesús, de hacer el ridículo cuando trates de subir a la higuera. Por cierto, ¿a qué higuera has de subir para ver hoy a Jesús? Pregúntaselo al Señor.
Tal vez te diga que subas a la higuera de la historia, de esa historia que Él está haciendo contigo y de la que tantas veces tienes la tentación de huir. Pero ¡ahí te espera el Señor!
Tal vez te diga que, subas a la higuera de la comunidad, de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Que escuches y acojas su Palabra, que recibas los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, que compartas la fe, que sirvas a tus hermanos…
Tal vez tengas miedo de lo que piensen los demás, de que se burlen o te desprecien. ¡No te preocupes! También ahí está el Señor.
Y si te fías de Él y subes a la higuera para encontrarte con Él, también tú podrás escuchar hoy que te dice: Baja porque es necesario que hoy me quede en tu casa. Hoy ha sido la salvación de esta casa.
Podrás escuchar cómo el Señor te llama por tu nombre, te muestra su amor, su fidelidad, su misericordia, su perdón…
Y, después del encuentro con Jesucristo, también tu vida empezará a dar frutos, signo de la conversión profunda: Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más.
Desaparecerá la tibieza del calculador y aparecerá el fuego del Espíritu que te hace vivir con la pasión del enamorado, con celo por vivir en la voluntad de Dios.
¡No tengas miedo al Señor! Estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.