Reflexión miércoles 20 de octubre
De la epístola de San Pablo a los Romanos 6,12-18
Ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida.
Hermanos:
Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo.
No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como instrumentos del bien.
Porque el pecado no os dominará: ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?
¡De ningún modo!
¿No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?
Pero gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia.
Palabra de Dios
REFLEXIÓN
San Pablo nos muestra hoy las consecuencias de haber acogido la salvación de Jesucristo en la propia vida: el que es de Cristo no puede dejar que el pecado siga reinando en su vida.
¿Qué quiere decir esto? ¿Porque todos tenemos la experiencia de seguir siendo pecadores?
Sí. Pero no es lo mismo el no quiero que el no puedo. No es lo mismo la dureza de corazón que la debilidad.
El no puedo es la experiencia de desear vivir siendo fieles a lo que el Señor nos enseña, siendo fieles a la voluntad de Dios, y no conseguirlo. Y esta experiencia de la debilidad nos lleva a la humildad, al dolor de los pecados y buscar el perdón de Dios en el sacramento de la penitencia.
El no quiero es el obstinarnos en el pecado, el rechazar el modo de vida que nos enseña el Señor y pretender hacer nuestra voluntad y no la voluntad del Señor. Si vivimos así, poco a poco se va endureciendo el corazón. Es vivir perseverando en el pecado, y es un camino que nos lleva a la muerte.
De ahí, la llamada constante a la conversión. Hoy también nos lo ha recordado el Aleluya: Estad en vela y preparados.
Y todo ello, no como un mero moralismo, sino como la experiencia profunda del que ha sido rescatado de la muerte pasando a la vida, como hemos cantado en el Salmo: Ofreceos a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte.
Por eso, el cristiano vive para el Señor: ser cristiano es hacer la voluntad de Dios en la vida de cada día. Es dejar que Jesucristo sea el Señor de tu vida, ¡de toda tu vida!
¡Pide el don del Espíritu Santo! Para que te conceda disfrutar cada día viviendo no para tí mismo, sino para el Señor.
A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).