Reflexión miércoles 22 de marzo
+ Lectura del santo Evangelio según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
A lo largo de nuestro caminar por este mundo, como peregrinos hacia la meta definitiva, que es el cielo, experimentamos la debilidad y la precariedad, propias de nuestra condición humana y del tiempo en el que vivimos: siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión (cf. 2 Co 5, 6-7).
Y así vivimos la experiencia del dolor, del sufrimiento, del fracaso, del pecado, de la debilidad… Y como toda experiencia, la podemos vivir con el Señor o sin Él…
La gran tentación que nos provocará el diablo es hacernos dudar del amor de Dios, para atraparnos en la tristeza y en la desesperanza.
Y hoy el Señor nos da una Palabra sobre todo esto: ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura… Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré… El Señor es clemente y misericordioso… es cariñoso con todas sus criaturas.
¡Dios te ama! ¡No deja de amarte nunca! Puede que, a veces, no lo veas. Pero está contigo. A veces las nubes ocultan al sol. Pero el sol sigue estando.
Hoy la Palabra te invita a encontrarte con el Señor en medio de tu historia, de tu cruz, de tus sufrimientos.
A ir subiendo con Cristo a Jerusalén, para vivir el misterio pascual: a entrar con el Señor en el misterio de la cruz –de tu cruz– para poder vivir con Jesucristo la experiencia de la vida eterna: que la muerte ha sido vencida, que ya no tiene poder sobre el que ha renacido en Cristo Jesús.
Que no estás solo: Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo. Y el Espíritu Santo consolador, fuente del mayor consuelo, dulce huésped del alma, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos, certifica cada día en tu corazón que no hay nada ni nadie que pueda separarte del amor de Dios.
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Acción Familiar
“Hay muy pocas personas que se dan cuenta lo que Dios haría en ellas si se abandonaran totalmente en sus manos, y se dejaran formar por su Gracia” (San Ignacio).
Gesto
- Encendemos una vela
- Comienzo: En el nombre del Padre… (Señal de la Cruz)
- Gesto en Familia:
¿Qué sucede en mí, mientras rezo?
¿Siento consuelo, preocupación, indiferencia?
Imagino a Jesús mismo sentado o de pie, a mi lado,
y comparto estos sentimientos con mi familia.
- Oración final:
Por unos momentos,
pienso en la velada Presencia de Dios en todo:
en los elementos, dándoles existencia;
en las plantas, dándoles vida; en los animales,
dándoles sentidos; y finalmente, en mí, dándome todo eso y más,
transformándome en un templo, un hogar para el Espíritu Santo.
Espíritu Santo, Tu que me aclaras todo,
que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.
Tu que me das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que me hacen y que en todos los instantes de mi vida estas conmigo.
Quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca quiero separarme de Ti, por mayor que sea la ilusión material.
Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria perpetua.
Gracias por tu misericordia para conmigo y los mios.
Gracias Dios mio
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.