Reflexión miércoles 26 de junio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,15-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.»
Palabra del Señor
Reflexión
En la Biblia aparecen numerosos profetas. Pero muchos de ellos son falsos profetas. Hace unos días contemplábamos la lucha del profeta Elías contra los falsos profetas de los Baales.
Por ello, no podemos quedarnos solo en las palabras bonitas o en los signos espectaculares que puedan hacer. Es necesario discernir: Hay que invocar al Espíritu Santo para que nos de el don de consejo, ese “olfato” del Espíritu que nos ayuda a distinguir lo que viene del Señor de lo que parece que viene del Señor, pero que, en realidad viene del mal espíritu.
El Evangelio nos muestra hoy un criterio de discernimiento claro para distinguir los verdaderos de los falsos profetas: Por sus frutos los conoceréis.
No se refiere tanto a los “frutos” de los profetas, sino más bien a los frutos que producen en los que escuchan a los profetas. A veces, los falsos profetas realizan obras “extraordinarias” (cf. Mt 24, 23-24), nos lo recordará el evangelio que sigue: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”.
Los falsos profetas invocan al Señor, pero no cumplen su voluntad; profetizan en el nombre de Jesús, pero hacen lo que les da la gana.
El verdadero profeta vive en la voluntad de Dios y permanece en la casa edificada sobre roca: la Iglesia.
El que escucha al verdadero profeta y acoge la palabra que Dios le ha dado, permanece en Jesucristo y da fruto abundante (cf. Jn 15, 4-5). Y se va manifestando en su vida, con signos concretos:
– Confiesa que Jesús es el Señor, y pone toda su vida bajo su señorío.
– Nos invita a tomar la cruz y seguir al Señor.
– Vive en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
– Vive cada día más enamorado y entregado a la vocación que Dios le ha dado.
– Ve como van apareciendo en su vida los frutos del Espíritu (cf. Gal 5, 22s).
– No genera miedo, sino paz y confianza en el Señor.
– Vive en la bendición y en la alabanza.