Reflexión miércoles 30 de abril
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
Reflexión
Hoy la palabra de Dios parte de lo que está en el origen de todo: el amor de Dios. Dios ha amado al mundo y eso significa a cada uno de nosotros, con un amor absoluto, un amor que somos incapaces de medir. La mayor muestra de ese amor es que nos ha enviado y entregado a su propio Hijo. Y lo envía no para juzgarnos o condenarnos, sino para salvarnos. Es lo que acabamos de celebrar y actualizar, y lo que estamos recordando en todo el tiempo de Pascua. La salvación de Jesús consiste en que ha vencido a la muerte. Si creemos esto, también nosotros participamos de esa salvación. Si no lo creemos, Él no nos condena, somo nosotros los que nos cerramos la puerta para acceder a su vida. El Señor es la luz. Nosotros hemos de optar por acercarnos a esa luz, para obrar según la verdad, o por ocultarnos de esa luz.





