Reflexión miércoles 6 de julio
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 1-7.
EN aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos».
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se goza, que se vive con el Señor.
Y esta vida es el camino del discipulado. En el Evangelio hemos escuchado la vocación, la llamada de los doce apóstoles.
También el Señor a ti te dirige esta llamada. ¿Por qué? Por pura gracia, por puro amor. La elección es gratuita. No eres mejor que otros.
Cuánto más pobre te veas y te reconozcas, ¡mejor! ¡Más le dejarás hacer al Señor! La autosuficiencia, la soberbia, la apariencia estorban a la acción de la gracia de Dios.
El Señor te invita a vivir una vida nueva, la vida que el Espíritu Santo está haciendo en ti, si le dejas hacer. Por eso hay que dejar los “proyectos”, especialmente tu proyecto de santidad.
El protagonista de la santidad no eres tú. Es el Espíritu Santo. Todo es don, todo es gracia. Tú, ¡déjate hacer! Déjate modelar por el Espíritu, como Él quiera. Sólo los humildes pueden ser santos. Y te hará santo, en primer lugar, en tu vocación concreta: si el Señor te ha llamado al matrimonio, ahí hará la obra de tu santidad…
La santidad no es el perfeccionismo narcisista. La santidad es dejarte hacer cada día por el Espíritu Santo que, contando con tu debilidad, hará aparecer en ti una nueva criatura. En el perfeccionismo, el protagonista eres tú y le robas la gloria a Dios; en la santidad, el protagonista es el Espíritu Santo y vives proclamando tu magnificat: alabando a Dios que está haciendo obras grandes en ti.
El Espíritu Santo hará en ti la obra de la santidad contando con tus pobrezas y debilidades. ¡No les tengas miedo! Ten miedo de la soberbia y del orgullo, que no dejan actuar al Espíritu.
Y también de la acedia, la pereza espiritual, la tibieza que te hace vivir en la rutina, bajo mínimos; te hace “ir tirando”, pero sin vivir con el entusiasmo, la generosidad y la pasión del enamorado.
Y un signo de ir creciendo en santidad es tener un corazón lleno de misericordia, como nos muestra el Evangelio. Un corazón tan lleno del Señor que puede ver con los ojos de Dios y encontrarse con Él en las personas que el Señor te pone delante. Entonces aparecerán los signos de que ha llegado el reino de Dios.
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).