12 jul

Reflexión sábado 12 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!

No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.

Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea.

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por unos céntimos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones.

A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

El Evangelio de hoy es una invitación poderosa a vivir sin miedo, con la certeza de que estamos profundamente amados por Dios. Jesús no nos promete una vida sin dificultades —de hecho, nos advierte que, si a Él lo han llamado Belzebú, también nosotros seremos incomprendidos y perseguidos—, pero nos regala una seguridad más grande: nuestra vida está en las manos del Padre.

¡Cuánto valemos para el Señor! ¡Cuánto es su amor por cada uno de nosotros! No somos anónimos en la historia, ni piezas de un sistema. Somos hijos. Somos conocidos por nuestro nombre. Incluso los cabellos de nuestra cabeza están contados. Esta imagen, tan tierna como precisa, nos habla de un Dios que se ocupa de los detalles, que vela por nosotros incluso en lo más pequeño.

Desde esa certeza nace el verdadero testimonio cristiano: no se trata primero de hablar de Dios, sino de vivir como quienes saben que son amados. La confianza en su amor nos libera del miedo, nos impulsa a proclamar sin temor lo que hemos recibido en lo secreto. Lo que Dios nos susurra al corazón en la oración, lo anunciaremos con valentía desde las azoteas de la vida.

Que nuestra existencia sea un canto de acción de gracias. Que se note en nuestro modo de vivir, de mirar, de servir. Porque el mundo necesita testigos que no tengan miedo, y que vivan con la alegría de saberse hijos muy amados de Dios.

pastoral

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