Reflexión sábado 25 de junio
Lectura del Evangelio: Lucas 2, 41-51
María y José iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
Palabra del Señor
Reflexión
Quiero comenzar mi reflexión con estas palabras de María: Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Y me da devoción poner una admiración en estas palabras: ¡TU PADRE Y YO! Tu padre y yo siempre estamos juntos. Jamás discutimos y menos ahora. Tu padre y yo sólo vivimos para ti. Eres el centro de nuestra ocupación y preocupación. Por ti trabajamos de día y contigo soñamos de noche. Si tú te pierdes, nosotros desaparecemos. San José es el hombre sencillo, humilde, nunca aparece. Por eso María tiene interés en sacarlo a la escena, aunque sólo sea para nombrarlo, aunque sólo sea para decir que es un esposo maravilloso y un padre encantador ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre? Y nos dice el mismo texto: “Pero ellos no comprendieron”. Tampoco le pidieron ninguna explicación. “Aceptaron el misterio y cargaron con él”. Si hubieran intentado abrirlo, lo hubieran estropeado. El misterio es de Dios y sólo de Dios. El misterio es lo que rebasa al hombre, le trasciende, le supera, y, al mismo tiempo, le estremece y le fascina. Y es precisamente ese MISTERIO el que María conserva en su corazón. Es la riqueza suprema de un Dios Inmenso, Infinito, que el hombre apenas puede vislumbrar.
Respecto al Evangelio, conviene unir dos frases: “Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos” (Jn 20,30). Y la del evangelio de hoy: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. Muchas palabras, muchos signos, mucha vida de Jesús no han quedado consignada por escrito. Pero no hay que temer. Todo está conservado cuidadosamente en el corazón de la Virgen. María es el “quinto evangelio”, el más amplio, el más rico, el más gustado, el más experimentado. No dejemos nunca de ir a beber en la fuente de este quinto evangelio.
Gracias, Dios mío, por tu madre. Gracias porque nos la dejaste también a nosotros antes de morir. Es un bonito regalo. Tiene manos de madre, pies de madre, ojos de madre, pero, ante todo, tiene CORAZON DE MADRE. Ella no es meta sino camino. Ella no quiere ser protagonista de nada. Su ilusión es siempre darnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. ¡Gracias, Señor!