Reflexión sábado 4 de julio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-17):
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»
REFLEXIÓN
“¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?” Llevamos escuchando estas palabras de Jesús desde hace siglos y no termino de entender bien por qué damos por supuesto que nosotros sí podemos guardar luto porque el novio no está con nosotros. Y no termino de entender porque durante tanto tiempo, pasados y presentes, y para tantos y tantas, la vida cristiana (estar invitados a la boda) es algo triste y oscuro, algo que se parece mucho más a un velatorio, a un funeral prolongado, que a una vida, que es la fiesta de la vida, de la alegría.
No creo estar diciendo nada fuera de lugar. Demasiadas veces me encuentro con gente que, cuando habla de seguir a Jesús, de ser cristiano, subraya casi exclusivamente los aspectos más negativos de todo. Para ellos ser cristiano es vivir de acuerdo con un estricto código moral con muchas normas y todas obligatorias bajo pena de pecado. Ser cristiano es la obligación –siempre la obligación– de ir a misa los domingos. Parece que ser cristiano es como vivir en una cuaresma permanente en la que hay que meditar continuamente en el pecado que cometemos, en lo malos que somos, en lo mucho que sufrió Jesús por nuestros pecados, que parece que son tantos que nunca fue suficiente su sufrimiento para salvarnos y necesitamos seguir dándonos golpes en la espalda. Hasta ahora, envueltos en la pandemia provocada por el covid-19, algunos habrán aprovechado la oportunidad para pensar que es un castigo de Dios o que es la consecuencia de maltratar la naturaleza, que también nos castiga.
Y digo yo que el novio está con nosotros. Que la resurrección significa esa presencia gozosa de Jesús en medio de nosotros. Y con él, está presente el amor de Dios, y su misericordia, y su abrazo de paz, y el regalo de su esperanza. Lo más importante de la misa –mejor llamarla “eucaristía” (acción de gracias)– no es que sea obligatoria y que si no voy todos los domingos cometo pecado sino que es mi oportunidad para encontrarme con mis hermanos de comunidad, de compartir la fe, de escuchar la Palabra y compartir el Pan, de cantar y agradecer. Porque la eucaristía no es un funeral ni algo triste y aburrido sino una celebración, una fiesta (otra cosa es que los sacerdotes y los fieles estén muchas aconchabados para convertirla en uno de los momentos más aburridos del día). Y que lo del código de normas morales es lo menos importante porque lo más importante para los seguidores de Jesús es amar. Es verdad que amar lleva consigo algunas veces sufrir pero sólo algunas veces porque amar siempre es gozar y disfrutar y vivir en plenitud.
Estamos en los tiempos nuevos. Para seguir con la imagen del Evangelio, se llevaron al novio pero ya nos lo devolvieron. Y estamos alegres y vivimos llenos de esperanza y nos amamos unos a otros como él nos amó. Lo propio de la vida cristiana es la Pascua, no la Cuaresma. Y la Semana Santa puede estar llena de celebraciones oscuras y dolorosas por lo que se recuerda. Es verdad. Pero no hay que olvidar que sabemos como termina –como terminó de hecho en la historia–: con la resurrección de Jesús.
Conclusión: vamos a celebrar cada día que Dios nos regale de vida “porque el novio está con nosotros”. Y para siempre.