Reflexión sábado 8 de octubre
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»
Palabra del Señor
María -aun siendo madre de Dios- tenía todos los ingredientes para ser una perfecta infeliz: de clase baja, en un país ocupado, perseguida por la autoridad, prófuga en Egipto con un niño recién nacido, viuda en plena juventud, solitaria en una aldehuela miserable, con un hijo al que la familia considera loco, víctima de las lenguas que le cuentan cómo los poderosos desprecian a su único hijo -un predicador- y buscan su muerte. Y lo más impresionante, su propio hijo la abandona y aparentemente la infravalora en público.
Tenemos buenos argumentos para un melodrama o una telenovela lacrimógena. Jesús -contra todo pronóstico- la presenta como modelo de felicidad sólo porque oyó y cumplió la palabra de Dios. A veces sentimos que nos agobia el mucho trabajo, el estrés, el estrecho sueldo que hay que estirar cada mes, los plazos del coche, la casa y los electrodomésticos que aún no pagamos… Sufrimos porque no entendemos la actitud de ese hijo que se entrega completamente a Dios y parece que nos abandona en el momento más difícil para la familia. Todo esto y mucho más vivió la Virgen, añadiendo el aparente abandono de Dios. Sin embargo, aquí no se queda la historia.
María vivió en esta vida las cosas más grandes y sublimes, fue elegida predilecta de Dios en todo momento y el amor de Dios invadía su persona y, por tanto, su vida. María rezaba. Nosotros también podemos vivir cosas similares a ella y hemos de ser conscientes de que ante todo, las cruces son una muestra del amor inmenso de Dios, del amor de predilección de Dios hacia nosotros. Él nunca va a dejar que estemos siendo tentados por encima de nuestras fuerzas. Y siempre nos dará el ciento por uno y la vida eterna, cada vez que dejemos todo y le sigamos.