Reflexión viernes 1 de julio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Palabra del Señor
En primer lugar, que en la vida del hombre todo es don. Tú no te has dado la vida a ti mismo, la has recibido gratuitamente. Has sido llamado a la vida cuando Dios ha querido. Tú no te has dado la fe a ti mismo, la has recibido gratis, cuando el Señor te la ha dado y tú la has acogido: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido (cf. Jn 15, 16).
Además, que la la elección es gratuita. Nadie hubiera elegido a Mateo, un recaudador de impuestos, un personaje despreciable para los judíos. Pero Dios elige a quien quiere, y ofrece su gracia al pecador: no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. No elige a los “buenos”, sino que va haciendo “buenos” a los que elige, si acogen la llamada y le siguen sin condiciones.
Y esta es una buena noticia para ti: También el Señor te llama y te dice: Sígueme. Dios te ama gratuitamente. Tal y como eres. No tienes que ganarte su amor. Y te invita a seguirle, a tener una vida de amistad, de intimidad, de relación con él, y a dejarte iluminar por su Palabra, para que puedas vivir con sus mismos sentimientos y actitudes.
Y luego te llama a seguirle con una vocación concreta: a ser santo en el matrimonio, en el sacerdocio, en la vida consagrada y, te llama también a una misión en la Iglesia.
Para ello, te da gratuitamente unos carismas. No para hacer lo que a ti te apetece, sino para responder a la vocación. Cada día has preguntarle al Señor: “¿Qué quieres que haga?, ¿cuál es tu voluntad?” Y para ese discernimiento necesitas que el Espíritu Santo, con el don de consejo te vaya iluminando.