Reflexión viernes 26 de junio
En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.» Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
También hoy se dan casos de lepra, pero ya no nos asustan como antiguamente. En aquellos tiempos, la lepra se consideraba incurable y altamente contagiosa. Por eso, el leproso era marginado de la sociedad. No nos sorprende, pues, que los ricos afectados por la lepra pagaran enormes sumas de dinero para médicos y medicinas, a veces incluso extrañas, como “el vino de la víboras” o “el oro líquido”… Pero ¿Por qué encontramos tantos leprosos en el evangelio? Esta enfermedad era la plaga de los países cálidos y húmedos, especialmente en una ciudad como Alejandría de Egipto que tenía contactos frecuentes con Judea. Pero la razón principal por la que Jesús sana tantos leprosos es simbólica: la lepra es la imagen elocuente del pecado. El pecado, como la lepra, destruye el organismo y aleja al hombre de la relación con Dios y con los demás. Al igual que la lepra, el hombre, al principio, intenta esconderlo y después se asusta de sus terribles consecuencias.
Los leprosos se acercan a Jesús y Él los cura con su palabra. También esto es un símbolo que abre a la comprensión de la purificación del pecado en el sacramento de la penitencia.
El Profeta Elías curó al leproso Naamán de Siria, ordenándole lavarse en el Jordán, como símbolo del bautismo. En la Iglesia antigua se bautizaban de adultos. El bautismo iba precedido de una larga preparación y por eso se unió a la penitencia. Se consideraba norma que, después de haber recibido el bautismo, el cristiano no cometiera ya pecados. Cuando se comenzó a bautizar a los niños, se hizo necesario el “segundo bautismo” es decir la penitencia.
La purificación del ser humano, tiene un carácter eclesial, social. El Padre no juzga a nadie: sino que ha dado al Hijo el poder de atar y desatar en el cielo y en la tierra (Mt 18,18). En el evangelio de Mateo, en el que la cuestión de la Iglesia está puesta de relieve, el relato de la curación del paralítico, se lee que este no solo ha sido curado de una enfermedad sino que le han sido perdonados sus pecados. Los presentes se maravillaban de que Dios hubiera dado semejante poder a los hombres, porque los pecados sólo los puede perdonar Dios.
No obstante a lo largo de los siglos, la Iglesia ejerce esta función en lugar de Dios; y los confesionarios son expresión de la misericordia divina. Al igual que nosotros amamos a Dios a través de prójimo, igualmente Dios nos ama a través de nuestro prójimo y nos muestra su misericordia con la absolución del sacerdote a quien hemos revelado las heridas de nuestra alma, con la confianza de ser sanados. En el Antiguo Testamento, se ofrecía un don a Dios por cada curación. La penitencia en la confesión es el don de gratitud por la curación espiritual.