7 jun

Reflexión viernes 7 de junio

Del Evangelio según san Juan 19, 31-37

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Palabra del Señor

Reflexión

A Jesús crucificado le traspasaron el Corazón, en primer lugar, porque tuvo y tiene Corazón. Lo que no existe, no puede ser herido. Y es que su Encarnación no fue ficticia, no asumió un cuerpo irreal o ilusorio. Bien al contrario, el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Y al hacerse carne, latió en su sagrado Pecho –ése en el que se recostó San Juan– un Sagrado Corazón. El amor de Dios por nosotros, desde la Encarnación del Hijo de Dios, ya no es sólo espiritual, sino que comprende también los sentimientos de un afecto humano.

En efecto, «el Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de acuerdo y armonía» (Pío XII).

Y si Jesucristo tuvo (y tiene) verdadero Corazón humano, ese Corazón también puede ser herido (y de hecho lo fue y lo es). Y consolado. Y acompañado.

Y de estas verdades, tan físicas, tan concretas, se deriva todo un programa de vida para el creyente: vivir desde y hacia el Sagrado Corazón de Cristo. Vivir para no ofenderle. Vivir para agradarle. Vivir al cobijo de su Amor. Y esto se puede decir también con bellas y venerables palabras: consagración, devoción, reparación.

pastoral

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