Marginalidad y delincuencia juvenil en el cine

Marginalidad y delincuencia juvenil en el cine un  recurso didáctico para el Educador Social.

 

“¿Desde tu barrio se ve la puesta de sol?… Desde el mío también”

Extracto de un diálogo de Rebeldes  (F.Coppola, 1980)

            Al margen del interés personal que pueda generar en un educador social el visionado de una película cuyo argumento trate del colectivo con el que está trabajando, también puede servirle este tipo de cintas como recurso para su desempeño profesional. En este sentido, el visionado de una película o el programar un ciclo temático, puede convertirse en una actividad que dé pie al educador a plantear determinadas cuestiones e inducir a la reflexión al individuo o al grupo con el que trabaja. A lo largo de este texto ofrecemos una pequeña muestra de películas cuya trama principal gira en torno a la marginalidad y la delincuencia juvenil, de manera que sirva de guía para el educador que realice su labor dentro de este ámbito y quiera valerse de este recurso.

            Las películas que se sirven de los barrios marginales como escenarios para desarrollar sus tramas no son algo nuevo en el universo cinematográfico, siendo el género negro, siempre preocupado por el retrato social, el que más se ha proliferado en este sentido. Quizás la cinta más emblemática del periodo clásico, sobre todo por su contundente final, sea Ángeles con caras sucias (Michael Curtiz,1938) en la cual su protagonista, un joven de ambiente marginal que se conduce por el camino de la delincuencia, antes de ser ejecutado finge tener miedo a la muerte con el fin de parecer un cobarde y que los jóvenes que le admiran no sigan sus pasos. En Llamad a cualquier puerta (Nicholas Ray, 1949), el protagonista es un abogado que defiende en un caso a un chico de los suburbios acusado de asesinato, convirtiéndose el film en un alegato social que obliga al espectador a dirigir su mirada hacia el lado oscuro del sueño americano. Más radical en este sentido es la adaptación de título homónimo de la novela A sangre fría (Truman Capote,), basada en un suceso real y que realizó Richard Brooks en 1967, en la cual se lleva a cabo un retrato psicológico de los dos jóvenes marginales con problemas de delincuencia que han asesinado brutalmente a toda una familia de la clase media. Dicho retrato no exculpa a los asesinos, pero sí que invita a una reflexión profunda sobre las causas que han motivado su crimen y el papel que la sociedad misma juega en la forja de determinados comportamientos delictivos.

 

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Más allá del periodo clásico, no exento en ocasiones de cierta ingenuidad en sus planteamientos y de una contención obligada por la censura, a medida que se avanza en el tiempo, la crudeza a la hora de abordar estas temáticas se torna más intensa y explícita. No hay que olvidar que el visionado de una película que suponga un retrato de una realidad similar a la de los jóvenes marginales, ejerce en éstos una función de espejo, es decir, un lugar donde poder verse a ellos mismos desde fuera, lo cual da pie a cuestionar determinadas conductas que se dan en la pantalla y que ellos reconozcan como propias. Así pues, es preciso determinar qué tipo de película es la adecuada para conseguir dicho objetivo y no caer en el peligro de que el joven se identifique con los protagonistas de manera confusa y llegue a reafirmarse en el uso de la violencia. A este respecto, por ejemplo, resulta conveniente descartar las películas del llamado género kinki (Yo, el Vaquilla, Navajeros, Perros de paja…) que se dio en España a principios de los 80 y cuyo máximo exponente fue le director Eloy de la Iglesia. En estas películas se convertía en verdaderos héroes a sus protagonistas -encarnados a menudo por delincuentes reales, como es el caso de El Torete-, dejando de hacer hincapié en su condición de víctimas de una sociedad que los conducía a una marginalidad sin remisión. Ello podría incitar a los jóvenes a pensar que la delincuencia es la única salida a su situación. Otro ejemplo de esto es La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1968), ya que su crítica a la sociedad resulta tan corrosiva y sarcástica que convierte a la misma en un ente mucho más violento y peligroso que los propios delincuentes, lo cual podría conducir nuevamente a una justificación de la conducta delictiva. No obstante, dichas películas resultarán de interés para el educador, ayudando a ampliar su perspectiva acerca de los ambientes marginales y del papel que juega el conjunto de la sociedad en contribuir a su existencia.

 

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Existen, sin embargo, otras películas que facilitan esa condición de espejo para el joven marginal y que lanzan con mayor claridad el mensaje en contra de la violencia. Rebeldes (Francis Ford Coppola,1980), por ejemplo, retrata la marginalidad de manera poética, describiendo los enfrentamientos entre una banda de “nenes de papá” con otra de origen marginal, siendo un contundente alegato en contra del odio y la violencia. El mismo fin se busca, aunque con un tono más realista y cruento, en Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), donde asistimos a una escalada de violencia en el escenario de una favela de Río de Janeiro con final trágico para la mayoría de sus protagonistas. Cabe resaltar, por otro lado, que en ambas películas, los protagonistas que encarnan la alternativa a la violencia dentro de la marginalidad, encarnan al mismo tiempo la inquietud artística: una vocación literaria en el protagonista de la cinta de Coppola y ejerciendo de fotógrafo su homólogo en la película brasileña. De esta manera cobra importancia la alternativa del arte frente al uso de la violencia. Al fin y al cabo, no podemos olvidar que uno de los aspectos que distingue al ser humano de una bestia no es su facultad de destruir, sino la de crear.

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Por último, hacer mención a la película española Fuerte Apache (J.M. Adrover, 2006), la cual nos muestra la realidad de un centro de menores en nuestro contexto más cercano y que incide en la mirada de los educadores, algo que sin duda puede ser de utilidad para conseguir la empatía de los menores hacia ellos. El educador social es retratado aquí más allá de su profesión, es decir, dotándolo de una biografía y una dimensión emocional, lo cual contribuye a humanizarlo. Esa visión del educador como un ser humano es algo deseable en un colectivo con el que, en ocasiones y con determinados individuos, resulta difícil que comprenda la labor que está llevando a cabo y la implicación personal que conlleva.

Santiago Tena. Profesor de Educación Plástica y su didáctica. Grado de Educación Social

Editado: J.C.

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