Reflexión jueves 23 de septiembre
Del Evangeliosegún san Lucas 9,7-9
En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.
Palabra del Señor
Reflexión:
- Como no puede ser de otro modo, la actividad de Jesús suscita una pregunta capital en todo aquel que escucha hablar de lo que Él hace y dice: «¿Quién es éste?», se pregunta la gente. Las respuestas, como no pueden ser de otro modo, son variadas, pero en todas ellas se refleja la certeza de que Jesús es alguien especial. Tal y como escucharemos mañana, unos dicen que es la resurrección de Juan, otros que o alguno de los antiguos profetas.
- A oídos de Herodes han llegado también las acciones prodigiosas de Jesús y él se hace la misma pregunta: «¿Quién es éste?».
Herodes Antipas era un personaje curioso. Hijo del famoso Herodes el Grande que provocó la matanza de los inocentes cuando el nacimiento de Jesús. A la sazón Herodes hijo era virrey o tetrarca de las regiones de Galilea y Perea y su “hazaña” más famosa fue la decapitación de Juan el Bautista (de tal palo tal astilla). Era un hombre profundamente curioso y caprichoso y, en consecuencia, «tenía ganas de ver a Jesús», a aquel que estaba en boca de todos.
- Ese deseo se hará realidad después del prendimiento de Cristo en el huerto de los olivos. Jesús había sido llevado a juicio ante Pilatos, pero éste, al conocer que Jesús era galileo, decide “escurrir el bulto” y enviarlo ante Herodes para que lo juzgara él (Lc 23,1-7).
Éste, dice el evangelista, se alegró mucho de ver a Jesús (v. 8). Por fin iba a tener ante sí a aquel de quien todos hablaban y esperaba que hiciese allí, ante él, uno de sus prodigios. Con ese presupuesto es fácil imaginar que más que un verdadero juicio Herodes montase todo un espectáculo, con invitados incluidos.
Quizás comenzó por adular a Jesús con el fin de que entrara en su juego y satisficiera sus curiosidades: «¿Cuál es tu poder? ¿Son ciertas las maravillas que se cuentan de ti? ¿Dónde has aprendido esas artes mágicas?».
Pero Jesús, ante tanta palabrería, guarda silencio. Un silencio que obliga a Herodes a seguir exagerando su parodia con el fin de no quedar en ridículo delante de sus invitados. En realidad, el silencio de Jesús no es un desprecio, sino sencillamente la única respuesta que merecen las absurdas preguntas de Herodes, que en su soberbia y afán de protagonismo reduce los milagros a magia; la predicación a charlatanería; y la verdad a frivolidad[1].
- ¡Cuántos Herodes hay hoy día!… Cuánta gente hace de la fe simplemente un artículo de curiosidad o de novela, cuando no de burla. En ciertas ocasiones el silencio es la única respuesta ante aquellos que no están dispuestos a escuchar. No valen las razones, porque no sienten inquietud por la verdad. El silencio, la oración y el sacrificio son la mejor respuesta a un corazón soberbio y un encefalograma plano. Son el arma más eficaz. La historia demuestra que con ellas se han derribado grandes torres. Así sea.
[1] Cf. J. L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Salamanca, 2002, pp. 1063-1065.