Reflexión martes 7 de marzo
Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,1-12):
EN aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor
Hoy Jesús, con ocasión de una dura diatriba contra los fariseos, propone cuál debe ser el estilo del verdadero discípulo. Como siempre sus propuestas hacen saltar por los aires el molde del orgullo y de la soberbia. Nos colocan en otra onda. Fijamos nuestra atención en cuatro enérgicas sentencias. Son tan claras que no dan pie a ningún tipo de confusión.
Primera, evitar el comportamiento de quienes “dicen y no hacen”. Frente a la hipocresía, propone la autenticidad, el amor a la verdad. Frente a las apariencias, exhorta a la coherencia. Frente a la mascarada, la limpia desnudez. La palabra y la conducta deben ir acordes. Arroja lejos la hipocresía y su infinito repertorio de disfraces: escudarse en los defectos de los otros, para no cumplir con el propio deber; cambiar de opinión según el ambiente en el que estemos; perder todas las fuerzas por la boca… No nos conformemos con lo que no nos mueva a cumplir –con obras- la voluntad de Dios, por buenos que sean los deseos, las intenciones o las palabras.
Segunda, desterrar la manía de aplastar a los demás poniendo sobre sus espaldas “pesados fardos” y, al mismo tiempo, autodispensarse de “mover un dedo”. Es también frecuente y reconocible este proceder injusto. Tendemos con facilidad a utilizar distintas medidas: permisivas para mí y estrictas para los demás; disculpamos nuestros errores y exigimos con rigor a los otros; halagamos los méritos propios y despreciamos los de los demás; nos creemos buenos y desconfiamos de la bondad de los demás; escuchamos lo que nos favorece y hacemos oídos sordos a lo que se nos pide; creemos que nuestro tiempo es más valioso que el de los demás …
Tercera, no dogmatizar, sino predicar con el ejemplo. Cuando Jesús pide no dejarse llamar “rabbi”, ni “maestro”, ni “padre”, no está descalificando ni la autoridad, ni los roles sociales, ni la capacitación profesional, ni siquiera está hablando propiamente de rebajamiento. Alude a la vana-gloria o la megalomanía o el orgullo. Jesús está hablando de humildad. Un discípulo de Jesús no se exhibe en pedestales de gloria, ni discursea en primera persona del singular, ni apabulla con títulos de poder, sino que se abaja al ruedo de la vida, se nivela con sus hermanos, se pone a servir gratis y se deja enseñar. Nunca deja de ser discípulo, aunque sea profesor de universidad o tenga 7 hijos. No tengamos, por tanto, envidia de los que están encaramados, porque lo que nos parece ahora altura, es despeñadero.
Y cuarta, el lugar más alto, la dignidad más sublime, el honor más singular, la dicha más consoladora a la que puede aspirar quien se atreve a ir detrás de Jesús es servir. El más grande de todos será el servidor humilde de sus prójimos. El que quiera elevarse a lo más alto, deberá emprender el inacabable camino del descenso. Y María nos recuerda que Dios no despacha vacío a nadie, excepto a aquellos que ya están llenos de sí mismos.