19 abr

Reflexión miércoles 19 de abril

Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

       El amor de Dios es el punto de partida, el motor, y la razón de ser de toda la historia de la salvación: Dios nos ha creado por amor y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

       La misión de Cristo en el mundo y en la historia es salvar, no condenar.

       La salvación es un don gratuito que Jesucristo ha ganado para todos con su muerte y resurrección.

       Pero es don, es gracia, que tú puedes acoger o rechazar. Este es el misterio y el drama de la libertad. Es lo que contemplamos estos días en los Hechos de los Apóstoles: hay muchos que acogen el regalo y se convierten y, en cambio, otros permanecen endurecidos y siguen rechazando a Jesucristo.

       La Palabra nos recuerda, también que la fe en Jesucristo no es una teoría, una ideología, sino un modo de vida: Si el encuentro con el Señor es auténtico, cambia la vida del que lo acoge.

       Podemos rechazar este regalo porque tenemos miedo a que la luz de Cristo nos invite a cambiar de vida.

       También podemos caer, como nos recuerda el Papa Francisco, en la tentación del gnosticismo, tan de moda: buscar una espiritualidad sin un Dios personal, un Dios sin Cristo, un Cristo sin cruz y sin Iglesia, una caridad sin prójimo… (cf. Gaudete et exultate, 36s).

       La Palabra también nos muestra algunos signos de estar acogiendo el don gratuito de la salvación.

       Bendigo al Señor en todo momento. El cántico nuevo, la alabanza, es el cántico del hombre nuevo que sabe que no hay nada ni nadie que le pueda separar del amor de Dios.

       Contempladlo, y quedaréis radiantes… que los humildes lo escuchen y se alegren. Otro signo es la alegría, alegría en medio de la cruz, del combate. Y también el escuchar y acoger confiadamente la Palabra del Señor porque sólo Tú tienes palabra de vida eterna.

       El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege. Otro signo es la confianza porque tú vas conmigo, Señor, tu vara y tu cayado me sosiegan.

       ¡Ven Espíritu Santo!  (cf. Lc 11, 13).

Acción Familiar

“Me recuerdo que estoy en la Presencia del Señor. Me refugiaré en Su Corazón. Él es mi fortaleza en momentos de debilidad. Él me consuela en momentos de dolor”.

Gesto

  1. Encendemos una vela
  2. Comienzo: En el nombre del Padre… (Señal de la Cruz)
  1. Gesto en Familia:

En la Presencia de Dios recuerdo honestamente mis sentimientos del día anterior, mis alegrías, mis penas y mis esperas… ¿Puedo ver en cuáles estaba presente Dios?

Comparto estos sentimientos con mi familia.

  1. Oración final:

Mi alma anhela tu Presencia, Señor.

Cuando te incorporo en mis pensamientos,

encuentro la paz y el bienestar.

Es tan fácil caer en las trampas

que nos coloca la riqueza en nuestras vidas.

Concédeme, Señor, que pueda librarme

de la avaricia y del egoísmo.

Recuérdame que las mejores cosas de la vida son gratuitas:

El amor, la risa, el cariño y el compartir

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos.

Amén.

 

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