domingo 23 agosto

Domingo 23 de agosto: Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los Cielos

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-20):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

El Señor nos dirige hoy, como a los discípulos, dos preguntas importantes,   especialmente   la   segunda:

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Y vosotros quién decís que soy yo?

Ante la primera pregunta, hoy también escucharíamos repuestas dispares.

Pero la pregunta fundamental es que respondas tú: ¿quién es Jesús para ti? En la respuesta que des a esta pregunta, te va la vida.

¿Qué relación tienes con Jesucristo? Porque ante el Señor, po- demos ser curiosos, simpatizantes, eruditos…

Pero sólo hay una respuesta que, de verdad, merece la pena y cambia tu vida para bien. Es la res- puesta que da Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.

Y que puedas decirle al Señor que eres mucho más que un simpa- tizante: soy discípulo; es decir, un ‘aprendiz’ que estoy a los pies del Maestro, escuchando cada día su voz y siguiéndole a donde quiera que vaya.

Jesucristo es el tesoro por el que vale la pena venderlo todo. Él es  el  Salvador,  el  Mesías,  el  único que puede llenar del todo tu corazón sediento de felicidad y de vida.

Pero eso sólo lo puede decir aquél que tiene el Espíritu Santo en su corazón. Por eso, ¡pide cada día el don  del Espíritu Santo! Pide que te enamore de Jesucristo.

Además, en este Evangelio el Señor nos habla de la Iglesia: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Dios no te ha creado para la so- ledad, sino para la relación y para la comunión. No puedes vivir la fe en solitario.

Nos ha llamado a vivir la fe en una familia, en un pueblo, en su Cuerpo, que es la Iglesia: Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre (San Cipriano).

La Iglesia, será ferozmente atacada por el Maligno, pero el poder del infierno no la derrotará.

Debemos vivir siempre en la confianza de que, aunque la barca sea zarandeada, Jesucristo es el que la conduce y custodia.

Hemos de valorar la misión del Papa, cabeza de la Iglesia. Es necesario que cada día ames más a la

Iglesia, que ames más al Papa y trates de escuchar su enseñanza y lle- varla a la práctica; que reces  cada día pidiendo a Dios por el Papa y los demás pastores  de la Iglesia, en la tremenda responsabilidad que tie- nen de guiar al pueblo de Dios hasta la vida eterna.

Para ayudarte a rezar

Reza por el Papa y los Obispos. Pídele a Dios que les dé luz y fuerza en la tremenda responsabilidad de enseñar, gobernar y santificar la Iglesia.

La Palabra del Señor, luz para cada día

1ªlectura: Isaías 22, 1923. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. El texto se refiere al mayordomo del palacio real. Por su pecado será destituido. Dios nombrará a otro. La promesa comienza a cumplirse en Eliacín, pero no se realiza plenamente en él. Tiempo vendrá en que Dios dé plenos poderes -las llaves- a un administrador fiel. El anuncio se realiza en Cristo, a quien Dios le entrega las llaves del Reino. Como representante suyo, Cristo deja en la tierra a Pedro, con plenos poderes salvíficos dentro de la Iglesia. Puedes leer Apocalipsis 3, 7s.

Salmo 137, 18. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

La contemplación de las maravillas que Dios ha realizado en favor nuestro es el mayor aliciente de nuestra oración.

2ª lectura: Romanos 11, 3336. Él es origen, guía y meta del universo.

Este texto es un himno de alabanza a los designios de Dios. Ningún hombre se puede adelantar a ellos, ni tan siquiera sospecharlos. Pero esos designios de Dios se han manifestado ahora. Los hombres y mujeres que se dejan llevar por el Espíritu entienden, cada vez mejor, que toda la historia de la humanidad es «de Él y por Él». Por eso también la gloria es sólo «para Él». Puedes leer Colosenses 1, 16-17.

Evangelio: Mateo 16, 1320. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

En Cesarea de Filipo, Pedro reconoce que Jesús es el Mesías. Naturalmente, con la luz del Padre y no por su saber humano. A la confesión de Pedro siguen las pa- labras de Cristo. Eres Pedro. Hay un cambio de nombre. Cefas significa Piedra y expresa su nueva misión: ser el fundamento de la Iglesia. Edificaré mi Iglesia. La Iglesia de Jesús, será la que Jesús reúna y edifique sobre la roca, que es Pedro. Y no habrá otra que pueda llamarse «Iglesia de Dios». El poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino. El «poder de las llaves» es el mismo que Jesús tiene. Es el poder de «atar y desatar». Es decir, poder dar normas a la comunidad y poder admitir o separar de ella. En la Iglesia, es un poder espiritual y se manifiesta, sobre todo, en el poder de perdonar los pecados. Jesús da esta autoridad a Pedro, pero también a los Apóstoles.

Testigos del Señor: San Junípero Serra

Nacido en Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1713. Fue hijo de Antonio y Margarita, agricultores. Después de la enseñanza primaria en los Fran- ciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma, e ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de Junípero. Ordenado de sacerdote  en 1737 fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad  del  Beato  Ramón  Llull  en 1742,  continuó  enseñando  filosofía  y teología  y  adquirió  gran  fama  como predicador.

En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San Fernando, en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus padres su próxima partida, Serra pidió a un fraile compañero suyo que les informara sobre el particular. Les pedía que comprendieran su voca- ción misionera y prometía recordarlos en la oración.

Poco  después  de  su  llegada  a México, sufrió la picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la pierna de la que le resultó una cojera para el resto de su vida. Tras unos meses en el Colegio de San Fernando, fue destinado a las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho años, tres de ellos como presidente de las misiones. Llamado a la Ciudad de México, fue maestro de novicios durante nueve años y continuó su predicación en las zonas alrededor de la capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de México y sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio de San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones, cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.

En 1769, la Corona de España decidió colonizar la Alta California. Serra fue nombrado nuevamente presidente; supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo, San Francisco de Asís, San Juan de Capistrano, Santa Clara de Asís y San Buenaventura.

En 1773 Junípero fue a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California. La Representación de Serra ha sido llamada «Carta de los Derechos» de los indios; una parte decretaba que «el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados per- tenecerían exclusivamente a los misioneros».

Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión de San Diego (1775) apagó el deseo de Serra de añadir nuevas misiones a la cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California. En todas estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la alimentación y el transporte. Cuando fue capturado el indio que dirigía a los rebeldes en la Misión de San Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que perdonara la vida del indio. Los que fueron capturados, fueron eventualmente perdonados. En la misma carta al Virrey, Serra pedía que «en el caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran ma- tarme, deberían ser perdonados». Serra explicaba: «Debe darse a entender al asesino, después de un moderado castigo, que ha sido perdonado y así cumpliremos la ley cristiana que nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su salvación eterna».

Serra pasó los últimos años de su vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras misiones y a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México, y con el ansia de fundar las misiones necesarias. Sin embargo, trabajó con gran fe y tenacidad, aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron de apodo «el viejo», porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California, pero Serra trabajó constantemente hasta su muerte el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general y se convirtió en el lugar de su descanso definitivo. Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra y lo llamaban «Bendito Padre». Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988 y el Papa Francis- co lo canonizó el 23 de septiembre de 2015.

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