Domingo 9 de Agosto:Mándame ir hacia ti andando sobre el agua
Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-33):
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Ser cristiano es seguir a Jesús, y seguir a Jesús es una aventura. Tener fe, supone, en primer lugar, vivir en actitud de búsqueda sincera y humilde de Dios, en actitud de conocer y amar su voluntad.
El que busca, encuentra. Y la primera lectura nos da la clave de la búsqueda: Dios no está en el ruido, en lo espectacular, sino en el silencio, en lo pequeño, en lo sencillo. Por eso, sólo los humildes pueden tener fe.
Hoy contemplamos a Elías que, amenazado de muerte por Jezabel, llega al Horeb, el monte de Dios, para encontrar al Señor y el Señor pasó. Pero, ¿cómo pasó?
En el Horeb debe aprender que Dios no está ni en el huracán, ni en el temblor de tierra ni en el fuego; Elías debe aprender a percibir el susurro de Dios. La brisa suave es tener la experiencia del dulce huésped del alma: el Espíritu Santo, que en cada latido de ti corazón te susurra que tú eres amado por Dios, que el Señor te está salvando hoy en tu vida concreta, que es historia de salvación para ti.
La verdadera manifestación de Dios se da en la humildad: El Señor ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las ha revelado a los pequeños (cf. Mt 11, 25).
Así, que si quieres encontrar a Jesús, ya sabes dónde lo encontrarás: en el último lugar. Al cielo se sube, bajando.
Hay que escuchar cada día la voz del Señor y estar siempre en camino, dejándonos guiar por el Espíritu Santo que es la brisa suave que el Señor nos envía cada día.
Tener fe significa vivir entre la luz y la oscuridad. Vivir a la luz de Cristo, pero aceptando que la fe y la vida del hombre es un misterio que ahora atisbamos solamente, sin alcanzar su comprensión total. La oscuridad desaparecerá completamente en la vida eterna, cuando veamos a Dios tal cual es.
Mientras caminamos hacia la vida eterna estamos llamados a vivir en la confianza en Dios. Confianza que nace de la certeza de su fidelidad: no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios (cf. Rom 8, 35-39).
Nos gusta tener seguridades humanas en la vida: es un signo de nuestra debilidad y de nuestra pobreza. Tener fe es fiarnos de Dios, abandonarnos en sus brazos. Todos tenemos nuestros miedos y temores.
El Señor te invita hoy a no tener miedo, a descansar en Él A invocar al Espíritu Santo, que te hará vencer el miedo, con la confianza de que la prueba no superará tus fuerzas y con la confianza de que Él está contigo.
En medio de tus problemas, de tus crisis, de tus combates a gritar, como Pedro: Señor, sálvame. A decirle, como hemos cantado en el Salmo: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación, porque Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.
Para ayudarte a rezar
Revisa tu vida y tu fe. Mira si realmente estás viviendo esa historia de amor con Dios. Profundiza en ella. Preséntale tus temores y descansa en el Señor.
La Palabra del Señor, luz para cada día
1ªlectura: 1 Reyes 19, 9. 11–13. Ponte de pie en el monte ante el Señor. El profeta Elías descubre el paso de Dios en un susurro casi imperceptible. Dios es trascendente y desconcertante para el hombre. Se le encuentra más en el silencio que en el ruido, más en la pequeñez que en la grandiosidad.
Salmo 84, 9–14. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Justicia y paz, misericordia y fidelidad se funden en la persona de Jesús: en Él ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres. Este salmo es una oración típica de la comunidad de creyentes, que marcha hacia la salvación plena teniendo en cuenta los favores que ha recibido ya de Dios.
2ª lectura: Romanos 9, 1–5. Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
San Pablo vive el drama de su pueblo porque comprueba que los hijos de Israel no han querido reconocer a Jesús como Mesías. San Pablo se confiesa solidario de la raza judía y preocupado y angustiado por su destino. Con tal de que crean los de su raza, está dispuesto a lo que sea.
Evangelio: Mateo 14, 22–33. Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
El hombre prescinde fácilmente de Dios y busca unos motivos humanos seguros, y apoyándose en ellos quiere buscar a Dios. Pero el único apoyo firme que nos ofrece el Señor es la fe en su palabra, aún cuando nos parezca inconsistente. El hombre cristiano camina seguro entre las dificultades de la vida sólo cuando se aferra a esta Palabra. Si duda de ella, se hunde irremediablemente, como Pedro en las aguas del mar de Tiberíades. La barca sacudida por las olas es símbolo de la Iglesia. Al miedo inicial de Pedro, siguen la duda y el grito de socorro, terminando con una profesión de fe en el Señor. También la vida del cristiano se mueve entre el miedo, la duda, la súplica y la fe. Puedes leer Mateo 8, 23-27.
Testigos del Señor: San Cayetano de Thiene
Nació en Vicenza, Italia, en 1480. Su padre murió en la guerra cuando él tenía 2 años. La madre fue un ejemplo de piedad para él y sus hermanos. En 1504 obtuvo el doble doctorado en derecho civil y canónico.
Convencido de que estaba destinado por Dios a realizar una gran misión, en 1506 se fue a Roma. El papa Julio II lo nombró protonotario. A la muerte de éste, en 1513, vio la oportunidad de centrarse en su formación para recibir el sacramento del Orden. Hacia 1516 fundó el oratorio del Amor Divino y junto a presbíteros y laicos, que perseguían la santidad y la evangelización, trabajó por los enfermos. Espiritualmente tenían como base la oración y recepción de los sacramentos. Al año siguiente fue ordenado sacerdote. En la primera misa que ofició en la basílica de Santa María la Mayor el 6 de enero de 1517 tuvo una visión. En ella la Virgen, que portaba al Niño Jesús, lo puso en sus brazos. Fue destinado a la parroquia de Santa María de Malo.
En 1518 regresó a Vicenza para auxiliar a su madre, ya muy enferma. En la ciudad se hallaba el oratorio de San Jerónimo que incluía entre sus fines la atención a los pobres, con la riqueza añadida de la presencia de laicos, y a él se vinculó Cayetano. Su decisión no fue bien acogida en su entorno. Abrió otro Oratorio en Verona, y en 1520 Su madre murió.
Ese año se trasladó a Venecia donde fundó el hospital de incurables. Además de servir a los pobres y a los enfermos. En el transcurso de los tres años de permanencia introdujo la bendición con el Santísimo Sacramento. En una época en la que no era usual recibir con frecuencia la Eucaristía, se empeñó en que valorasen tan inmenso don y se beneficiaran de él.
Pedía a Dios le concediese la gracia de hallar personas dispuestas a vivir la radicalidad evangélica para introducir la reforma que precisaba la Iglesia. Y recibió la respuesta en las personas de Caraffa (luego pontífice Pablo IV), Bonifacio da Colle y Pablo Consiglieri. Fueron los primeros integrantes de su fundación nacida con el espíritu evangélico: «buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura». Aprobada por Clemente VII en 1524.
En 1530 Cayetano fue elegido general, hasta que tres años más tarde, Caraffa de nuevo superior suyo, lo envió a Verona, donde sufrió la oposición de gran parte del clero y fieles. De allí se trasladó a Nápoles en 1533 y fundó otra casa. Fundó los Montes de Piedad para ayuda a los pobres, creó hospicios y abrió hospitales. Murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547. Urbano VIII lo beatificó en 1629 y Clemente X lo canonizó en 1671.