14 sep rfelxion semanal

Lecturas que enseñan a pensar

Lecturas que enseñan a pensar
1. C. S. Lewis y el infierno

Iniciamos una sección nueva en el blog de pastoral, de aparición semanal. Es una selección de textos de grandes autores cristianos, sobre diversos temas.

Hoy presentamos un texto de C. S. Lewis (1898-1963), gran profesor y escritor de habla inglesa, amigo de J.R.R. Tolkien, fue ateo hasta los 30 años, en que se convirtió al cristianismo. Lewis fue un hombre de agudísima razón, de amplios conocimientos literarios y de honda fe. Entre sus ensayos se encuentra El problema del dolor, de cuyas páginas extraemos esta reflexión sobre el infierno. El razonamiento no está completo, sino que se han seleccionado algunos párrafos para abrir boca. Buena lectura.

Ninguna otra doctrina eliminaría con más gusto del cristianismo si de mí dependiera, pero está plenamente respaldada por las Escrituras y, sobre todo, por las palabras de Nuestro Señor. Además, ha sido sostenida ininterrumpidamente por la cristiandad, y cuenta con el apoyo de la razón. Si tomamos parte en un juego, debemos contar con la posibilidad de perder. Si la felicidad de la criatura reside en la auto-renuncia, nadie sino uno mismo, aunque ayudado quizá por muchos otros -ayuda que se puede rechazar-, podrá llevar a cabo el abandono de sí. Daría cualquier cosa por la posibilidad de decir «todos serán salvados»; pero mi razón replica: «¿Con su consentimiento o sin él?». Si digo: «sin él», percibo inmediatamente la contradicción: ¿Cómo puede ser involuntario el supremo acto voluntario de entregarse? Si respondo: «con mi consentimiento», mi razón arguye: «¿Cómo es posible si no quieren entregarse?» […]

El problema no es simplemente el de un Dios que entrega alguna de sus criaturas a la perdición definitiva. Eso sería posible si fuéramos mahometanos. El cristianismo, fiel como siempre a la complejidad de lo real, nos presenta algo más difícil y ambiguo: un Dios tan misericordioso que se hace hombre y muere torturado para impedir la perdición definitiva de sus criaturas, y que, cuando fracasa ese heroico remedio, parece remiso o incapaz de detener la ruina mediante un acto de nuevo poder. Hace un momento he dicho con ligereza que haría «cualquier cosa» por eliminar esta doctrina. Mentía. No podría hacer ni la milésima parte de lo que Dios ha hecho para suprimir el hecho. Y ahí reside el verdadero problema. ¡A pesar de tanta misericordia, existe el infierno!

No vaya tratar de demostrar que es una doctrina tolerable. No nos engañemos: no es tolerable. Sin embargo, mediante la crítica de las objeciones hechas o sentidas contra ella, se puede mostrar, a mi juicio, que se trata de una doctrina moral. […]

Por último, se arguye que la pérdida definitiva de una sola alma significa la derrota de la omnipotencia. Y así es. Al crear seres dotados de voluntad libre, la omnipotencia se somete desde el principio a la posibilidad de semejante descalabro. A un desastre así yo lo llamo milagro. Crear seres que no se identifican con el Creador, y someterse de ese modo a la posibilidad de ser rechazado por la obra salida de sus manos, es la proeza más asombrosa e inimaginable de cuantas podamos atribuir a la Divinidad. Creo de buen grado que los condenados son, en cierto sentido, victoriosos y rebeldes hasta el fin, que las puertas del infierno están cerradas por dentro. No quiero decir que las almas no deseen salir del infierno, como el hombre envidioso «desea» ser feliz, sino que no quieren asumir ciertamente, las fases preliminares de entrega y autorrenuncia mediante las cuales el alma puede alcanzar cualquier bien. Por lo tanto, gozan para siempre de la horrorosa libertad reclamada. Por consiguiente, se han hecho esclavas de sí mismas, como los bienaventurados, sometidos para siempre a la obediencia, se tornan más y más libres por toda la eternidad.

La respuesta a quienes critican la doctrina del infierno es, a la postre, una nueva pregunta: «¿Qué pedimos que haga Dios?». ¿Que borre los pecados pretéritos y permita a todo trance un comienzo nuevo, allanando las dificultades y ofreciendo ayuda milagrosa? Pues eso es precisamente lo que hizo en el Calvario. ¿Perdonar? Hay quienes no quieren ser perdonados. ¿Dejarlos en paz? Mucho me temo, ¡ay!, que eso es lo que hace.

(C. S. Lewis, El problema del dolor, Rialp, Madrid, 1994, 2ª ed., pp. 120-129)

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