Reflexión del 13 de febrero, sábado

Saciada

 

 

Lectura del Evangelio según san Marcos 8, 1-10

      Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos». Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?» Él les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete». Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

 

Reflexión

Marcos ya nos ha hablado de la multiplicación de los panes en Mc. 6,35-44. Desde la época patrística se ha pensado que esta 2ª multiplicación era para Mc. un signo de la misericordia de Dios para los paganos y la primera (multiplicación) para el pueblo de Israel. En este evangelio Jesús ya ha superado la costumbre de la pureza ritual y así ha eliminado la separación entre judíos y paganos. Con los milagros que acaba de realizar en el territorio pagano está anunciando la admisión de éstos a la salvación. Ahora con el banquete celebrado en la Decápolis, fuera del territorio judío, nos está diciendo algo maravilloso: El plan de Dios es que todos puedan sentarse en una misma Mesa, coman el mismo pan, y celebren el gran banquete de fraternidad universal. La razón es que cuando Jesús se encuentra con las necesidades de los hombres, sean judíos o paganos, se “le conmueven las entrañas” (8,2). Jesús nos está revelando a Dios como Padre y Madre. Amores hay muchos, pero sólo las madres tienen “amor entrañable” porque sólo ellas nos han llevado en las entrañas. “¿Acaso una madre puede olvidarse del niño que lleva en sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara yo no te olvidaré” (Is. 49,15). El hijo puede irse de la madre, pero la madre no se puede separar del hijo. Dios no nos abandona porque no puede abandonarnos. La esperanza de salvarnos no la fundamentamos en nosotros sino en Dios. Lo importante es descubrir el amor que Dios nos tiene y así fiarnos plenamente de Él. No es cuestión de mirar y analizar nuestras miserias sino dejarnos envolver por su Misericordia.

 

El Papa Francisco nos dice…

El prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía. Se ve en el gesto de Jesús que «recitó la bendición» antes de partir los panes y darlos a la multitud. Es el mismo gesto que Jesús hará en la Última Cena, cuando instituyó el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de la vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Pero nosotros, debemos ir a la eucaristía con esos sentimientos de Jesús que se compadece. Y con ese deseo de Jesús, compartir. Quien va a la eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús. Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque sale de Dios y vuelve a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.» (Ángelus de S.S. Francisco, 3 de agosto de 2014).

 

pastoral

pastoral

Leave a Comment