Reflexión del 14 de febrero, Domingo

Leproso

Domingo VI del Tiempo Ordinario, 14 de febrero de 2021

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,40-45

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor

 

Reflexión:

En estos últimos domingos, la liturgia nos está conduciendo a contemplar la potencia sanadora y salvadora de Jesús: la curación del endemoniado que estaba en la sinagoga, la curación de la suegra de Pedro, la de todos los enfermos y endemoniados que se agolpaban en la puerta de la casa de Simón, etc.

Este domingo se nos presenta a Jesús como el Buen Pastor, que va en busca de una de sus ovejas perdidas.

En el final del evangelio de la semana pasada, Jesús sorprendía a los discípulos diciéndoles: “Vámonos a otra parte”, y probablemente, ellos pensarían: “Maestro, si por fin estamos triunfando aquí; todo el mundo viene a buscarte… ¿Por qué irse a otra parte?”. Quizá porque había uno que no podía ir hasta la casa de Pedro; uno que había sido proscrito como maldito por los hombres de Dios del momento: un leproso.

Los leprosos no podían acercarse a los núcleos de población; vivían solos, separados de sus seres queridos o, a veces, junto a otros leprosos. Su enfermedad contagiosa era vista como una maldición de Dios, como la manifestación visible de algún pecado pasado; así que, a la soledad y a la estigmatización social, se unía ese cargo de conciencia por los pecados cometidos.

Es precioso contemplar a Jesús acercarse a este leproso, acoger su súplica, compadecerse y tocarlo, haciéndose uno con su miseria. Y es más bonito todavía, si hoy nos reconocemos en este leproso. Jesús se acerca cada día a nuestra miseria. Nuestros pecados son como esta enfermedad que va dejando huella allá por donde pasa: un rastro de muerte y desamor; y nuestra única posibilidad de salvación consiste en arrodillarnos delante de Él para que nos toque con su gracia y nos sane.

¡Corramos a Jesús en este día y supliquémosle que nos sane!

 

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