Reflexión del Domingo, 14 de marzo

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LA PALABRA DE DIOS

2Cro 36,14-16.19-23
    En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pue­blo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abo­minables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén.
    El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal unto que ya no hubo remedio.
    Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron es­clavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías:
    «Hasta que el país haya pagado sus sábados,
descansará todos los días de la desolación,
hasta que se cumplan los setenta años.»
    En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de pala­bra y por escrito en todo su reino:
    «Así habla Ciro, rey de Persia:
«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los rei­nos de la tierra.
Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá.
Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»
Sal 136,1-2.3.4.5.6
Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

Ef 2,4-10
    Hermanos:
    Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha re­sucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.
    Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
    Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
    Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
Jn 3,14-21
    En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
    -«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
    Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
    Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
    El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
    El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
   Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
   En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

 

REFLEXIÓN

    Hoy celebramos el Domingo llamado de laetare, de la alegría, porque cantamos en la antífona de entrada: Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos (cf. Is 66, 10).

    ¿Cuál es la causa de tanta alegría? La Palabra nos ha dado la respuesta: en el Evangelio hemos escuchado que tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Y también nos la dicho san Pablo: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

    Esta es la causa de nuestra alegría: la fidelidad de Dios, la certeza de que no hay nada ni nadie que nos pueda separar del amor de Dios. La certeza de que la muerte ha sido vencida.

    Dios, en su amor infinito, nos ofrece la salvación gratuitamente: por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir.

Dios nos invita a salir de la esclavitud del pecado y reconstruir nuestra historia desde su misericordia. Dios regala sin límites su amor. No ha enviado a su Hijo para condenar, sino para salvar. Nos pide, sin embargo, que creamos y amemos la luz para que nuestras obras estén hechas según su voluntad.

    La Palabra de Dios nos presenta a Cristo crucificado como la luz y la salvación del mundo, la luz que ilumina de verdad nuestra vida, la luz que puede hacernos encontrar el sentido auténtico de la vida.

Pero esta salvación tiene que ser aceptada. Cuando vino la luz los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Renacer supone, en consecuencia, toda una actitud de conversión. Renacer supone abrirse al amor de Dios, dejarse amar por Él. Es dejarse transformar por el Espíritu Santo, el único que de verdad puede cambiar tu corazón.

    La Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a salir de las tinieblas y a buscar la luz que es Cristo. Te invita a que examines tu propia vida a la luz de la enseñanza de Jesucristo y de la Iglesia, y que veas si se ajusta a la luz que es Cristo, o si todavía quedan zonas oscuras, llenas de tinieblas, que es preciso iluminar.

Es importante que descubras que la luz de Cristo debe iluminar toda tu vida: todos los aspectos y todos los ámbitos de tu vida deben ser iluminados por la luz de Cristo. Ningún rincón de tu vida puede escapar a esta luz. Si eres cristiano lo has de ser en todo lo que pienses, digas y hagas, pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras.

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

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