Reflexión del sábado, 17 de abril
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan 6,16-21
AL oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaúm. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo:
«Soy yo, no temáis».
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio adonde iban.
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Seguimos contemplando en esta cincuentena pascual, cómo Jesús sigue apareciéndose a sus discípulos.
Hoy en el evangelio de Juan vemos como los discípulos se marcharon por la noche sin «la Luz del mundo». Confiados en el poder y la fuerza propios, ellos pensaban que pudiesen controlar las circunstancias. Pronto su esfuerzo resultó insuficiente; y el mar que creían tan fácil de dominar, incontrolable. ¿Dónde está el Señor? ¿Acaso los ha abandonado? Cristo jamás abandona a los suyos, aunque ellos mismos le hayan dejado en la orilla, y solos se atrevan de afrontar las aguas turbulentas de la vida.
Cristo, desde el monte donde habla con su Padre, les ve luchando en vano contra las tempestades del mundo. Les ve sufrir bregando en su autosuficiencia. Les ama, tiene compasión de ellos y baja de la montaña en su auxilio. Jesucristo hace lo imposible para llegar al lado de sus elegidos. Tanto es así que ni siquiera los discípulos, sus íntimos conocidos, se lo creen; pues piensan que él es un fantasma y le tienen miedo. Cristo, sin ningún regaño, les dice simplemente: «Soy yo. No temáis.» y les lleva a un puerto seguro.
Propósito
Dejar a un lado las preocupaciones inútiles al confiar y reconocer la presencia de Dios en mi vida.
Diálogo con Cristo
Cuántas veces, Señor, quiero hacer las cosas solo, a mi manera y no como tú quieres. Soy el hombre fuerte e independiente – lo puedo todo. Luego, me caigo y reclamo al cielo: ¡Señor! ¿por qué me has abandonado? Pero, en realidad, fui yo quien te ha abandonado. Me he olvidado de ti. Fuiste tú el que me creaste, el que me ama y me salva. Sin ti nada puedo. Sé que jamás, ni en la miseria de mi soberbia, me abandonarás. Lucha a mi lado, Señor, ¡en la batalla de hoy!