Reflexión del viernes, 26 de marzo

juan-10_42

EVANGELIO

Jn 10,31-42: Intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos.
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
– «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Los judíos le contestaron:
– «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.»
Jesús les replicó:
– «¿No está escrito en vuestra ley: «Yo os digo: Sois dioses»? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.»
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes habla bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían:
– «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.»
Y muchos creyeron en él allí.

 

Reflexión  

En el templo de Delfos existe una famosa inscripción: “Conócete a ti mismo”. El sentido original de la frase más o menos es este: reconoce que eres sólo un hombre, y entra en el templo consciente que entre tú y los dioses hay una gran diferencia.

Platón más tarde, reflexionando sobre el conocimiento, interpretó el pensamiento de este modo: Conócete a ti mismo, es decir, tu grandeza: tienes un alma inmortal que vive en el mundo divino.

La Escritura permanece en el ámbito religioso: el hombre no puede y no debe compararse a Dios: Dios es inaccesible es incomprensible. Pero, en concreto ¿qué significa esta afirmación? El hombre pretende distinguir por sí mismo el bien del mal. Es una tentación que está en la raíz de todo pecado, se trata de ser él mismo la medida según sus opiniones sobre el bien y el mal.

Entonces, cuando Jesús cita el salmo 82, en el que se dice: “Yo os digo: sois dioses” ¿Qué pretende decirnos? Que aunque Dios es inaccesible, nutre con un amor particular a los hombres, y por eso continuamente baja a ellos, les envía a sus mensajeros. El descenso divino se manifiesta, además, de un modo especial, les comunica a los hombres algunas de las propiedades que le corresponden sólo a Él, les da la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, conociendo la Verdad, pero sólo a la luz de su palabra.

Mediante Jesucristo, Dios bajó entre los hombres identificándose con ellos. Él es Dios-hombre, hombre y Dios a la vez. El hombre no puede convertirse en un ángel, porque dejaría de ser hombre, pero tampoco puede convertirse en animal. Dios se ha hecho hombre sin dejar de ser Dios. No hay nada más grande que esto. “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad…”

Reconocemos a un pintor por el modo en que pinta, a un violinista por el modo en que toca. Reconocemos la divinidad de Jesucristo por las obras que sólo Dios puede hacer: los milagros y la resurrección de los muertos, y no sólo en su aspecto físico. La santificación de los hombres es la mayor obra de Cristo.

Un famoso dicho de los Padres de la Iglesia afirma: “Dios se hizo hombre, para hacer al hombre divino.”

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