Reflexión Domingo 22 de septiembre
Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Palabra del Señor
Reflexión
En el Evangelio contemplamos a Jesús atravesando Galilea con sus discípulos, que no acababan de en-tender sus palabras.
Y en Cafarnaúm les pregunta: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
En el camino de tu vida, también hoy Jesús te hace la misma pregunta: ¿De qué discutes por el camino? ¿Cuáles son los anhelos de tu corazón? ¿Cuáles son tus centros de interés en las conversaciones con tu familia, con tus amigos?
Y la Palabra nos llama la atención sobre algunos temas preocupantes, que pueden ocupar nuestro corazón y descentrarnos del seguimiento de Jesucristo.
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones.
La envidia puede tomar asiento en un corazón que duda del amor de Dios; en un corazón incapaz de des-cubrir el amor de Dios en la vida de cada día y, por eso, fácilmente ter-mina en el resentimiento y en la amargura, y es fuente de conflictos.
¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? De los deseos de placer, de la envidia, de la ambición.
La sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.
Es el don de sabiduría, que viene del Espíritu Santo y nos hace poder ver a Dios en medio de la vida cotidiana; y así, la vida tiene sabor, tiene sentido, más allá de las circunstancias concretas, porque está el Espíritu Santo haciéndolo todo nuevo, y entonces uno vive la experiencia de que no hay nada ni nadie que pueda separarme del amor de Dios, y todo lo puedo en Aquel que me conforta (cf. Rom 8, 38; Flp 4, 13).
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Jesucristo nos advierte contra el peligro de buscar la vanidad, el aplauso de los hombres, el quedar bien ante los demás y el no servirles, sino servirte de ellos. Estamos llamados a servir a los de-más, no servirnos de ellos. Como hizo Jesús, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Al cielo se sube, bajando.
El secreto de la verdadera grandeza está en hacerse pequeño, como un niño. Esta es la verdadera humildad, sin la cual no se puede ser discípulo: el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí.
Los niños simbolizan a los auténticos discípulos. Hay que acoger el reino como un niño pequeño, recibirlo con sencillez como don del Padre, en lugar de exigirlo como un derecho.
Por eso, le dirá Jesús a Nicodemo que hay que nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios: nacer de agua y de Espíritu (cf. Jn 3, 5).