6 dic

Reflexión Domingo 6 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,1-8):

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Palabra del Señor

Reflexión

La Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios, comienza con esta llamada de san Juan Bautista: ¡Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos!
¿Qué es lo que hay que preparar? En el salmo, hemos cantado: «La salvación está ya cerca de sus fieles». Preparar el corazón para acoger al Señor, al Salvador.
Esta preparación es la conversión. Pero, ¿qué es la conversión?
Convertirse es preguntarse qué relación tienes con Jesús: ¿curioso?, ¿simpatizante?, ¿erudito?, ¿piadoso? Convertirse es ser discípulo.
Una gran tentación en la que puedes caer es pensar que ya estás convertido, que no necesitas la conversión, que ya eres bastante bueno y que, por tanto, no hay nada que cambiar en tu vida, o, por el contrario, pensar que tu vida no tiene remedio, que no vale la pena luchar porque no puedes cambiar tu vida.
Convertirse es fiarse de Dios, fiarse de su Palabra y dejar que su Palabra vaya iluminando y cambiando tu vida; es dejar que Jesucristo sea Señor de tu vida, ¡de toda tu vida! Que no haya ningún rincón de corazón, ninguna “parcela” de la que Jesucristo no sea el Señor. Dejar que Jesucristo sea Señor de tu matrimonio, de tu sacerdocio, de tu consagración religiosa, de tu noviazgo, de tu juventud; de tu diversión, de tu trabajo, de tu dinero… ¡de toda tu vida!
Convertirse es vivir no con los criterios del mundo, sujetos al vaivén de las modas o los impulsos de tus pasiones; sino vivir con los mismos sentimientos y actitudes que Cristo Jesús, obedeciendo a la voluntad de Dios Padre (cf. Flp 2, 5-11).
Convertirse es no vivir en la soberbia y la arrogancia del que se cree dueño de su vida, sino en la humildad y sencillez del discípulo que se pone cada día a los pies del Maestro para preguntarle: Señor, ¿qué quieres de mí?
No hay que tener miedo a la debilidad, sino a la soberbia. El humilde se acerca al Señor, como el publicano del Evangelio, a pedir un corazón nuevo. El soberbio, le cierra el corazón a Dios porque se cree que él mismo es el dios de su vida.
Convertirse es no vivir la fe en solitario, sino participar en la familia de los discípulos de Jesús: la Iglesia.
Convertirse es reconocer y confesar con humildad los pecados, y entregárselos al Señor, que nos ha dejado el hermoso sacramento de la Penitencia para regalarnos su perdón y reconciliarnos con él.
Convertirse es no reducir el ser amistad con el Señor, que te ama y quiere entrar en tu corazón para ser Señor de tu vida y dártelo todo. Quiere venir a darte una palabra de consuelo, como nos ha dicho la primera lectura.
Convertirse es no vivir cada día en la murmuración, en el resentimiento, en la sospecha o en la duda del amor de Dios, sino mirarlo todo con los ojos de la fe y vivir en la bendición y en la alabanza.
Si le abres el corazón se revelará la gloria del Señor, verás que Aquí está vuestro Dios, que el Señor Dios llega con poder y su recompensa lo precede. Que «Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres».
Si acoges a Jesucristo, el Señor, el Salvador, verás como Él te bautiza con Espíritu Santo y hace en ti la obra de la nueva creación.
¡Ánimo! ¡Dios te ama! Y te llama a vivir una vida nueva. ¡Fíate de Él! ¡Ábrele el corazón!

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