Reflexión Domingo 7 de junio
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18):
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Reflexión:
Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es la fiesta que nos ayuda a profundizar en el Misterio del Dios uno y trino.
Dios ha querido revelársenos, dársenos a conocer; y en Jesús, su revelación llegó a plenitud. Él nos dijo cómo era Dios y nos reveló su esencia trinitaria y su verdad más profunda: Dios es amor.
Conocer a Dios es muy importante porque nos ayuda a la relación con Él. Dios no es un ser solitario, es relación de amor entre el Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo.
El Evangelio que la Iglesia nos propone meditar en este día nos muestra el amor extremo que Dios nos tiene y la necesidad de acoger este amor con el don de la fe. Se nos invita a creer en el nombre de Dios para experimentar la salvación y evitar el juicio. El Papa Francisco nos ha repetido muchas veces cuál es el nombre de Dios: el nombre de Dios es MISERICORDIA.
Dios nos ama profundamente; con un amor que pone sus ojos en nuestra miseria y se compadece y nos levanta. Creer y conocer que Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos cuida, que es providente y generador de vida; creer y conocer que Jesús es el salvador, el camino, la verdad y la vida; creer y conocer que el Espíritu Santo es el que nos consuela, nos anima, nos defiende… es la clave de nuestra vida. Poder creer esto incluso en el dolor y el sufrimiento, es la clave para vivir como auténticos cristianos.
La liturgia nos invita hoy también a reconocer a Dios como Dios y Señor de nuestra vida, a alegrarnos de su grandeza y a darle gloria con la santidad de nuestro día a día.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén