12 jun

Reflexión jueves 12 de junio Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Lectura del santo evangelio según san Juan (17, 1-2.9. 14-26)

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Palabra del Señor

Reflexión

El 26 de diciembre de 1944, en uno de los barracones del campo de concentración nazi de Dachau, el prisionero N.º 22356, un joven alemán, llamado Karl Leisner, celebró su primera y única misa en el mismo sitio en que nueve días antes había sido ordenado sacerdote en presencia de un obispo francés y de otros 300 hermanos sacerdotes prisioneros en aquel campo de concentración. La mala alimentación y los trabajos forzados habían agravado tanto la salud del joven Karl que este ya no pudo volver a celebrar la santa misa hasta su muerte siete meses más tarde.

Cuando el Papa Juan Pablo II beatificó a este joven sacerdote alemán, declarándolo mártir de la Iglesia y modelo de la juventud europea dijo: «¡Valió la pena haber vivido y haber sido sacerdote para celebrar sólo una santa misa!».

Me venía a la mente esta anécdota en la celebración de la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, que en la diócesis de Valencia es también la fiesta del clero. Celebrar el sacerdocio de Cristo es celebrar el nuestro, porque en realidad sólo hay un único sacerdocio: el de Cristo, del que participamos todos los sacerdotes, con el fin de servir a la unidad de la Iglesia y a la santificación de sus miembros en la verdad, como escuchábamos en el evangelio de labios del mismo Jesús durante la Última Cena.

El mayor y más grande acto de la misericordia divina ha sido el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo. Por ello, la misión fundamental del sacerdote cristiano, tal y como señala el prefacio de la fiesta de hoy, es «renovar en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparar a tus hijos (los bautizados) el banquete pascual, presidir a tu pueblo santo en el amor, alimentarlo con la palabra y fortalecerlo con los sacramentos».

No es casualidad que esta fiesta se celebre el jueves, el día de la celebración de la última Cena y, por tanto, de la institución de la eucaristía y del sacerdocio. Como decía, Juan Pablo II, «¡Valió la pena haber vivido y haber sido sacerdote para celebrar sólo una santa misa!».

Oremos hoy de un modo especial por todos los sacerdotes, pero no olvidemos que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo y todos pueden ejercer de mediadores y participar activamente de los sacramentos como auténticos protagonistas y no como mero espectadores. Así sea.

pastoral

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