Reflexión jueves 14 de enero
Evangelio según san Marcos 1,40-45
En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
Reflexión
- El evangelio de hoy es una escena llena de ternura y misericordia; una escena con la que fácilmente podemos identificarnos todos y cada uno de nosotros, porque conscientes de nuestro pecados nos sentimos impulsados a acercarnos a Cristo en la confesión.
Frente a aquellos que negaban la autoridad eclesial del perdón de los pecados, san Ambrosio escribió un libro titulado De Paenitentia, en el que con diversos argumentos defiende dicho poder. Uno de los argumentos es el siguiente: «Lo que más quiere el Señor es que sus discípulos puedan hacer, y que por sus discípulos sean hechas en su nombre, las cosas que Él mismo hacía en la tierra. (…) El mismo que era luz del mundo, concedió a sus discípulos que fuesen luz del mundo por la gracia»[1]. A los sacerdotes se les ha confiado la hermosa misión de hacer las mismas cosas que hizo Jesús: perdonar.
- El sacramento de la confesión es un lugar privilegiado para hacer presente y encontrarse con el amor de Cristo, un lugar único para experimentar de manera viva la acción del Espíritu Santo en las personas.
A través de este sacramento se experimenta cómo la luz de Dios va penetrando y sanando poco a poco las oscuras historias de algunas personas, la alegría que sienten al encontrarse con un Dios que no les juzga, sino que les ama y perdona; la paz que experimentan cuando escuchan las palabras de la absolución. La confesión es un gran regalo, que en no pocas ocasiones no sabemos valorar.
[1] Ambrosio, De Paenitentia I,8,34.