Reflexión jueves 15 de junio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (Mt 5,20-26)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»
Palabra del Señor
Reflexión
- Durante los próximos días la liturgia de la palabra nos va a ir desgranando poco a poco la interpretación novedosa que hace Jesús de la Ley de Moisés, en especial de la segunda parte de los mandamientos del Decálogo.
Después de haber manifestado el valor de la Ley diciendo: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud», Jesús subraya que su verdadero cumplimiento va más allá de una observancia meramente formal como la que vivían muchos fariseos, preocupados de cumplir a rajatabla el aspecto externo de las normas, pero sin preocuparse por la conversión del corazón y la atención al prójimo. Por eso, dice Jesús con contundencia: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».
A partir de ese momento Jesús va a ir ejemplificando la grandeza escondida en los diversos mandamientos, comenzando por el quinto: «No matarás». Jesús eleva la comprensión de este mandato a un horizonte de verdadero respeto y servicio hacia el prójimo.
Lo hace poniendo de manifiesto que el concepto de matar va más allá de la acción violenta que atenta contra la vida de una persona. Efectivamente, al prójimo se le puede matar no sólo físicamente, sino también con nuestra cólera y las palabras ofensivas.
Esto deberíamos tenerlo muy presente antes de decir la célebre frase: “Padre, yo ni mato ni robo”. Generalmente uno no mata porque sí… para matar uno tiene un motivo y este motivo suele ser la ira. Así pues, quien se encoleriza se encuentra en una fase preparatoria del homicidio; aunque no llegue a matar, experimenta el mismo sentimiento que el asesino. Puede que no lleguemos a matar a otra persona, pero en ocasiones nos parecemos más de lo que creemos a un asesino, a alguien que ha perdido los estribos y se ha encontrado entre las manos un instrumento de muerte.
Si nos fijamos en la secuencia del texto nos daremos cuenta de algo curioso. La relación con el castigo es inversamente proporcional a la gravedad de la ofensa cometida: el que mate será reo de juicio; el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado; si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín; y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego (infierno). ¿Por qué habla así Jesús? Está usando un lenguaje muy propio de la cultura semita, un lenguaje paradójico, exagerado, podríamos decir, con el fin de dar a entender un mensaje importante: el quinto mandamiento tiene un sentido mucho más amplio de lo que nosotros imaginábamos. Si matar es quitar la vida a alguien, «no matar», a la luz de Cristo, se convierte en saber amar, en una llamada a acoger al otro y darle vida.
A continuación, Jesús vincula el verdadero culto a Dios con el amor al prójimo. La adoración a Dios no es más que una farsa si no va acompañada de una actitud de entrega y cariño hacia las demás personas, que son —no debemos olvidarlo— hijos de Dios en Cristo. El apóstol san Juan recogerá esta realidad en una de sus cartas de modo muy expresivo diciendo: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4, 20s).
Así pues, a la luz de Cristo, el quinto mandamiento se transforma en un gran sí a la vida y a la dignidad y cuidado de la persona humana.