Reflexión jueves 16 de junio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
Palabra del Señor
Reflexión
- Ayer veíamos cómo Jesús corregía el carácter excesivamente formal de las tres prácticas de piedad individual más importantes para los judíos: la limosna, la oración y el ayuno. Estas deben vivirse no con hipocresía, a modo de exhibición pública, sino con rectitud de intención, en intimidad con Dios y huyendo de la ostentación: «Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto».
Es en ese contexto en el que Jesús enseña a sus discípulos la oración del padrenuestro, que está muy lejos del servilismo de las oraciones de los paganos, en las que estos solían enumerar todas las cualidades del dios al que se dirigían, hasta el aburrimiento, no fuera caso de que el dios se enfadara por haber olvidado alguna.
Por el contrario, la oración cristiana es sencilla e íntima tal y como enseña Jesús, el Maestro. Su corazón de Hijo de Dios conoce también perfectamente las necesidades de los hombres y por eso la oración del Padrenuestro es una síntesis de todo aquello que debemos pedir a Dios: «Las tres primeras (peticiones), más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia Él, ofrecen nuestra miseria a su gracia» (CEC 2803), nuestra necesidad material, nuestras ofensas, nuestras tentaciones y el mal que nos acecha. Efectivamente, necesitamos de la gracia de Dios para poder vivir según el espíritu que Cristo nos propone.
Es un tesoro haber recibido una oración de labios del mismo Jesús. Debemos cuidarla y rezarla con mucho cariño y cuidado; no dejar que la costumbre nos haga despistarnos o no estar atentos a aquello que decimos.
La siguiente anécdota de san Benito nos puede ayudar a pensar en ello. Cuentan que el monje viajaba montado a caballo. Llegó junto a un campesino que, fatigado y a duras penas, avanzaba a pie. El monje desmontó para entablar conversación con él.
–“Eres afortunado al tener un caballo”, le dijo el campesino con envidia. “Si yo hubiera dedicado mi vida a la oración, estoy seguro de que ahora no tendría que viajar a pie”.
–“¿Crees tú que podrías ser un hombre de oración?”
–“¿Por qué me lo preguntas? ¿No es eso bien sencillo?”
– “Vamos a hacer una apuesta. Si eres capaz de decir un Padrenuestro sin ninguna interrupción, te daré mi caballo”.
–“Me lo has puesto fácil –dijo el campesino–. Allá voy”. Se detuvo, cruzó sus manos, cerró sus ojos y comenzó a recitar la oración: –Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu… Se detuvo, alzó los párpados y le preguntó al santo: –“Oiga, ¿el caballo me lo dará con la brida y con la silla?”. Se dio cuenta inmediatamente de que había perdido la apuesta, pero ya era tarde.
Ciertamente, no es tan fácil ser un hombre de oración, porque tenemos el corazón puesto en muchas cosas que no son el Señor. Nos despistamos con facilidad y nos quedamos en la superficie demasiadas veces. Que el evangelio de hoy nos sirva de toque de atención y vivamos mejor nuestra oración. Así sea.