18 jul

Reflexión jueves 18 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11, 28-30)

En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Palabra del Señor

Reflexión

En el evangelio de hoy Jesús nos invita a acercarnos a Él para encontrar alivio ante el cansancio y los problemas de la vida: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Pero, curiosamente, el alivio que Él promete no consiste en una ausencia total de problemas o sufrimiento, sino en la carga de su yugo. ¿Qué clase de descanso es ese?

Lo entenderemos mejor si fijamos nuestra atención en el apero de labranza del que habla Cristo. Del mismo modo que el yugo une a un par de mulas o bueyes bajo un mismo eje, repartiendo así el peso del trabajo a realizar entre ambos animales; así el yugo de Cristo nos une a Él y con su gracia nos ayuda a sobrellevar los problemas de cada día.

El alivio que Cristo ofrece no consiste en una huida o una desaparición por “arte de magia” de esos problemas o de las heridas de nuestro corazón. Es una invitación a compartir con Él nuestra vida, para poder mirar la realidad en la que nos encontramos con sus ojos, con su sabiduría, desde la fe y la esperanza.

Una invitación que tiene como carta de presentación la entrega de Cristo por nosotros. Él ha compartido con nosotros la experiencia de ser hombre, de haber trabajado, de haber amado y sufrido la incomprensión y el rechazo; ha compartido con nosotros el misterio del dolor hasta el extremo de la cruz. Él sabe lo que es el cansancio y el agobio humano; lo ha hecho suyo. Camina a nuestro lado no desde la teoría, sino desde la vida compartida. Por eso, mejor que nadie puede también dar razón y sentido de ese misterio.

Unidos a Él «encontraremos descanso para nuestras almas»; el peso de nuestras fatigas, luchas y tribulaciones disminuye, y la paz crece. El alivio que Cristo nos ofrece a través de su yugo es la paz interior.

Dice san Agustín: «Cualquier otra carga te oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas, parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás cómo vuela».

Ojalá tú y yo, con las alas del yugo de Cristo, que nos ayuda a hacer la paz con nuestras heridas y sanarlas, nos dispongamos a volar bien alto, hacia la santidad.

 

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