19 dic

Reflexión jueves 19 de diciembre

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».

El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».

Palabra del Señor

Reflexión

  • En esta semana de preparación al nacimiento de Cristo, la liturgia de la palabra nos ofrece hoy el relato de dos nacimientos milagrosos: Sansón y Juan. Ambos personajes importantes de la historia de la salvación.

En ambos casos la iniciativa procede de Dios y recae en dos mujeres marcadas por el oprobio o deshonra de la esterilidad. En el mundo hebreo la descendencia filial era considerada un gran don y, por otro lado, la esterilidad un castigo de Dios: “algo malo habrá hecho esa mujer, para no poder tener descendencia”.

A través del hecho extraordinario de conceder descendencia a estas mujeres estériles la liturgia manifiesta que «para Dios no hay nada imposible» (Gn 18, 14; Lc 1, 37); y nos prepara así para el acontecimiento extraordinario del nacimiento de Jesús.

  • Por otro lado, el relato evangélico nos muestra un rasgo importante de Zacarías. Él se encuentra en el interior del Templo de Jerusalén, el lugar santo por excelencia de Israel, cuando el ángel se presenta y le anuncia que será padre. Zacarías conoce bien la historia de Sansón, de Isaac y otros personajes de la historia de Israel que nacieron de madres estériles. Él sabe que Dios es capaz de hacer grandes milagros.

Su problema no es que dude de Dios, sino más bien de que tanto él como su mujer, Isabel, puedan ser instrumentos escogidos por Dios para algo grande. Zacarías, rezaba, pero al mismo tiempo no creía en verdad que Dios quisiera escucharlo.

            Algo similar nos puede pasar a nosotros. Sabemos que Dios sigue haciendo milagros. De hecho, para la canonización de cualquier persona se requiere la existencia de al menos dos milagros atribuidos a su intercesión; o en el santuario mariano de Lourdes hay constancia científica del acontecer de numerosos milagros; etc.

Somos conscientes de todo ello y lo aceptamos, Pero quizá dudamos de que Dios pueda hacer milagros con nosotros. Tendemos a creer que las cosas grandes son para otros, pero la realidad es que Dios se ha servido siempre de gente frágil para hacer grandes cosas; los santos no son “personas hechas de otra pasta”, sino personas que dejaron que la gracia de Dios hiciera milagros en ellos. Tenemos que dejar a Dios ser Dios; poner nuestros cinco panes y dos peces y dejar que Dios los multiplique. Así sea.

 

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