23 de julio

Reflexión jueves 23 de julio

Evangelio según san Mateo (Mt 13,10-17)

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas?

El les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.

Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure».

Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Reflexión

Las parábolas son breves narraciones construidas con imágenes familiares para el receptor que tienen la virtud de transmitir con sencillez una enseñanza e involucrar al oyente, ya que éste puede identificarse fácilmente con alguno de los personajes. Ahora bien, esta identificación y comprensión no siempre sucede.

Muchos tendréis la experiencia de haber ido a un museo de arte moderno, poneros frente a un cuadro y quizás no entender prácticamente nada. El cuadro puede que sea una maravilla, pero para nosotros resulta un poco oscuro porque no tenemos unos grandes conocimientos de pintura, de la combinación de formas y colores, etc.

Del mismo modo, es bastante probable que escuchemos las parábolas del evangelio y a veces no las comprendemos del todo. Aunque sencillas en sus imágenes, están escritas en una época y contexto cultural distinto al nuestro, que nos dificulta su comprensión. Conforme nuestra formación doctrinal y nuestra madurez espiritual crece, la misma parábola que hemos escuchado muchas veces nos revela algo nuevo, profundizamos en ella de un modo nuevo.

La enseñanza que lleva consigo la parábola no es de naturaleza simple, sino polifónica: unas veces destaca una voz y otras veces, otra, en función de la disposición y de las circunstancias vitales del oyente.

Recuperemos el ejemplo del museo de arte moderno. Uno puede ir allí con una mala disposición: «no me va a gustar»; «no sé para que voy»; «menudo rollo». Lógicamente, a ese tipo de gente el cuadro difícilmente le dirá algo.

Lo mismo sucede con las parábolas: quien de antemano pone un muro a la fe y no quiere creer, la parábola no le dirá nada o más bien poco. Si alguien no abre su entendimiento y su voluntad al anuncio del evangelio; si no está dispuesto a la conversión, difícilmente entenderá nada, difícilmente la semilla del anuncio puede dar fruto en una tierra seca y dura. De ahí la cita de Isaías que recoge san Mateo en su evangelio: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure». «Quien no reconoce como madre a una persona que habla, oye sólo la voz de una mujer»[1]. Quien no reconoce como Dios a Cristo, como mucho oye sólo la voz de un hombre bueno.

Busquemos siempre la conversión de nuestro corazón. Crecer en el amor a Dios y al prójimo será la mejor disposición para que la Palabra de Dios cale en nuestra tierra y dé mucho fruto.

[1] T. Spidlík, El Evangelio de cada día. Reflexiones sobre el evangelio ferial, Madrid 2003, p. 425.
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