28 jul

Reflexión jueves 28 de julio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,47-53)

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos les contestaron: «Sí.»

Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.» Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

 Palabra del Señor

Reflexión

  • Las parábolas de ayer nos enseñaban que el Reino de Dios, la fe en Cristo, es la posesión más valiosa del ser humano. La parábola de la red de pescar, la primera de las que hemos escuchado, nos recuerda, sin embargo, que no todos los hombres piensan así. ¿Qué pasará con unos y con otros al final de la vida? A esa pregunta intenta dar respuesta esta parábola.

            Por un lado, Dios es Padre y quiere que todos los hombres se salven. Por eso la red, el anuncio del Evangelio, se lanza sobre todos los peces (del mismo modo que la semilla del sembrador caía sobre todas las parte del terreno). Pero, por otro lado, el Evangelio, el amor a Dios, no se impone, sino que es fruto de una elección libre, que se va refrendando con los hechos a lo largo del tiempo.

Teniendo esto presente, a aquel que no ha querido compartir su vida aquí en la tierra con Dios, ¿por qué, después de la muerte, tendría que obligársele a vivir eternamente en unión con Dios? Así pues, es comprensible que al final del tiempo se separen los peces malos de los buenos. Estos compartirán la vida eterna junto a Dios, y aquellos que libremente se alejaron de Dios durante su vida terrena, lo estarán también de modo definitivo en la vida eterna, como le pasó al Diablo. Del cielo no se echa a nadie, si no que hay gente que se excluye a sí misma. Poco más podemos decir. El que tenga oídos que oiga.

  • La segunda de las parábolas del evangelio de hoy es la del escriba. Para entenderla, lo primero que hay que saber, lógicamente, es quiénes eran los escribas: los expertos en el estudio e interpretación de la Ley de Moisés. Personas muy respetadas por el pueblo, que se dirigían a ellos con el título de Rabí, que el mismo Jesús recibe también en alguna ocasión.

            Esta parábola simplemente nos enseña que el anuncio del Evangelio tiene como base las antiguas Escrituras, pero ahora estas son interpretadas a la luz de la Verdad encarnada: Cristo. Es a la luz de Cristo como se descubre el sentido verdadero y pleno de lo que en ellas hay escrito.

De ahí algunas de las expresiones que utiliza Jesús como: Habéis oído que se dijo a los antiguos… (por ejemplo, no matarás), pero yo os digo… (no te enfades con tu hermano ni le insultes). De ahí también el sermón de las bienaventuranzas, que no viene a sustituir a los diez mandamientos, sino a dotarlos de plenitud.

 

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