jueves 28 de mayo

Reflexión jueves 28 de mayo

Evangelio  (Juan 17, 20-26)

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.

Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.

Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»

Reflexión

· El evangelio es parte de la oración sacerdotal que Jesús pronuncia en la Última Cena. Nos emociona escuchar en labios de Jesús que el anhelo o deseo que hay en su corazón respecto a todos nosotros sea el de compartir su gloria. Jesucristo nos ama, quiere que estemos junto a él y, por ello, ha dado hasta la última gota de su sangre en la cruz.

Para cada uno de nosotros, ese anhelo de Cristo se transforma en una llamada a la santidad, a vivir unidos a Cristo ya aquí en la tierra. Conscientes de esa misión, los primeros cristianos se llamaban a sí mismos: “santos” (cf. Act 9, 13. 32. 41; 26, 10).

· Ahora bien, ¿cómo conseguir esta unión en nuestra vida personal? Tenemos en el horizonte la celebración de Pentecostés, la gran fiesta del Espíritu Santo. Es una gran oportunidad para recordar que el Espíritu Santo es el gran maestro de la vida espiritual.

Santa Francisca Javiera del Valle, una sencilla costurera española que vivió entre los siglos XIX y XX, decía que el Espíritu Santo «pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y ardientemente desean tenerlo por Maestro»1.

Y advertía que su modo de enseñar no es con palabras; rara vez habla, sino que enseña «por medio de una luz clara y hermosa que Él pone en el entendimiento», para guiarnos en nuestro comportamiento, mostrándonos la verdad acerca de Dios o del hombre e indicándonos el camino que debemos seguir en nuestra vida. Es lo que la teología espiritual ha dado en llamar mociones del Espíritu Santo. Seguro que todos tenemos experiencia de ellas. En más de una ocasión nos hemos sentido impulsados a cuidar más la oración u ofrece un pequeño sacrificio, a acudir a la confesión o ayudar a una persona, etc.

«A los principios —dice la santa— el Espíritu Santo calla, tolera, y no castiga; porque como es tan caritativo, se compadece mucho, porque ve que no sabemos, y nunca pide ni exige lo que no podemos». Pero en esta escuela todo es practicar lo que se enseña, y si no se practica, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se abre. Además, «el desinterés es como la piedra de toque

de esta escuela, pues todo cuanto aquí enseñan, todo hay que practicarlo desinteresadamente, si no nuestras obras no tienen mérito ante nuestro Maestro»2.

· Aprovechemos este momento para decidir ser santos y ponernos en las manos del Espíritu Santo. Así sea.

pastoral

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