31 dic

Reflexión jueves 31 de diciembre

Del Evangelio según san Juan  1,1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

Reflexión

  • El último evangelio del año nos remite al día de navidad, al nacimiento de Cristo. Este mismo himno del apóstol Juan es el que se proclama en la misa diurna del 25 de diciembre y nos describe el nacimiento de Cristo a través de una profunda metáfora.

La luz es símbolo de vida (de hecho utilizamos expresiones como alumbrar o dar a luz para referirnos a un nacimiento); expresa también alegría (todos hablamos de días o personas luminosas). La luz nos indica el camino a seguir, aleja los miedos (a los niños se les deja una luz encendida por la noche) y favorece la comunión.

  • En todas estas características se fija el apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, para describir de una manera más profunda el maravilloso misterio que todos nosotros estamos acostumbrados a ver en los centenares de belenes que adornan nuestras casas, tiendas y calles.

– San Juan nos dice que el frágil niño que descansa en el pesebre es la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Él es —tal y como confesamos en el Credo—: «luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre». Jesús no es un reflejo de Dios, sino el mismo Hijo de Dios, Dios con nosotros.

– Él es —añade san Juan— la luz que brilla en la tiniebla. Jesús es el verdadero sol de justicia[1], que rompe el oscuro velo de las tinieblas del pecado y aleja los miedos y temores que envuelven la vida de los hombres.

– A cuántos le reciben —continua san Juan—, Cristo les da poder para ser hijos de Dios; les descubre el camino de la esperanza que conduce a la salvación, a la comunión con Dios y con los hermanos.

  • Esa comunión se prolonga en el tiempo de un modo admirable a través de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, en la que recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo; y de las obras de caridad con nuestros semejantes. Este tránsito de fin e inicio de año es una buena ocasión para hacer un poco de examen personal y comprobar en qué estado realmente se encuentra la llama del amor a Dios y al prójimo, si Cristo brilla en nuestros pensamientos, palabras y acciones. Ojalá iniciemos el nuevo año con la ilusión de avivar esa llama lo más posible. Así sea.

[1] Cf. Mal 4, 2; Lc 1, 78

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