Reflexión jueves 9 de septiembre
Evangelio según san Lucas (6,27-38)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».
Palabra del Señor
Reflexión
- Las palabras de hoy tienen un carácter eminentemente práctico, son el núcleo del mensaje de Jesús en torno a cómo tenemos que comportarnos con los demás, con aquellos que viven junto a nosotros. Es un pasaje en el que se ejemplifica en actuaciones concretas el espíritu de las bienaventuranzas que escuchábamos ayer: «orad por los que os injurian, haced el bien y prestad sin esperar nada, sed compasivos, no juzguéis, no condenéis, perdonad», etc. Acciones que, como las bienaventuranzas, encuentran en Cristo su referente y modelo.
En definitiva, toda una serie de acciones que se sintetizan en la regla de oro de la moral que el mismo Jesús nos ofrece: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten».
Ahora bien, imaginaos por un instante que el texto que hemos escuchado: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames», perteneciera no al Evangelio, sino a cualquier otro libro. ¿Qué pensaríamos del autor? Posiblemente, diríamos: «Pues sí hombre, la llevas clara. Este tío es un ingenuo, alguien que no sabe lo que es la vida, un soñador».
¿Por qué nos pasaría eso? Posiblemente, dando por supuesto que somos buena gente, porque nuestra regla de oro de comportamiento se asemeja más a esta otra: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan (a ti)» (Tobías 4, 15).
- Ambas, textualmente, guardan bastante parecido, pero en su significación son bien distintas. La frase de Jesús: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten» está expresada de forma positiva (trata), mientras que la otra máxima lo está de forma negativa (no hagas). En consecuencia, la primera es mucho más exigente que la segunda, porque el amor siempre es mucho más exigente que el miedo.
Ninguno de nosotros quiere que le roben, que le enjuicien sin motivo o que le peguen. Por eso creemos que obramos bien si no robamos, no enjuiciamos a la ligera o no pegamos. Pero si hacemos caso de la regla que nos presenta Cristo, entonces… todos queremos que sean generosos con nosotros, que nos perdonen o que nos ofrezcan ayuda. Hay diferencia.
– Efectivamente, según nuestra regla de oro, la vida en comunidad se basa en el temor a las represalias, en un egoísmo proteccionista, con el fin de no perder lo que uno tiene. A nivel particular es la actitud propia de quien no hace nada malo, pero tampoco se esfuerza por hacer el bien. Mira a los demás con recelo y opta por esconder el talento que Dios le ha proporcionado por miedo a perderlo (cf. Mt 25,24s). Trabaja lo justo, para cumplir con su deber; ayuda a los demás lo justo, para tranquilizar su conciencia; y se acerca a la Iglesia lo justo, para que Dios no le castigue con el infierno. Quién así vive, desgraciadamente, acaba haciendo de su vida una vida estéril, porque con lo justo uno no llega a dejar huella en ningún sitio ni en ninguna persona.
– En cambio, la regla de oro de Jesús viene marcada por la entrega, la generosidad y el perdón; por un planteamiento de vida en comunión, que no ve en el otro ni en Dios un obstáculo para el desarrollo personal, sino todo lo contrario: una oportunidad para enriquecerse y crecer. Esta actitud se corresponde con aquella de quien se esfuerza en multiplicar los talentos que Dios le ha dado; de quien afronta la vida como un apóstol: encendiendo los caminos del mundo con el fuego de la fe y del amor de Cristo, con la esperanza de ser sal de la tierra y luz del mundo: trabajando con diligencia e iniciativa; siendo generoso con los demás sin esperar una recompensa; y acercándose a los sacramentos cómo el alma que tiene sed de Dios, del Dios vivo (Ps 42,3).
Dos reglas de oro, en definitiva, bien distintas: una de veinticuatro quilates, la otra de oropel, una imitación que parece oro, pero no lo es. Escojamos bien. Así sea.